La lluvia caía sobre las fronteras montañosas de Tirol y Baviera. En ese momento, un ejército de bávaros estaba en marcha. Al frente del ejército se encontraba un conde que estaba bastante molesto por su tarea actual.
En su mayoría, él y los hombres de su ejército eran orgullosos miembros de la Reforma Alemana, y el Duque Dietger les había encomendado invadir el corazón de su movimiento. No solo era Tirol un lugar importante en los corazones de los Reformistas Alemanes, sino que también albergaba a dos de sus líderes: Berengar y Ludolf. Como tal, muy pocos hombres del ejército estaban ansiosos por cumplir esta tarea.
En más de una ocasión, este conde llamado Siegmund había considerado la insubordinación absoluta. Sin embargo, allí estaba, en las fronteras entre su patria y la capital de la reforma, debatiendo si debía cumplir o no con sus órdenes.