Con la desastrosa derrota que el Reino de Aragón y sus Ejércitos Cruzados de apoyo habían sufrido fuera de la ciudad de Granada, el mundo católico prácticamente se puso patas arriba de la noche a la mañana. Adelbrand no se quedó de brazos cruzados y llevó a su ejército al territorio ocupado de Granada para liberarlo de los opresores católicos.
Batalla tras batalla, la superioridad de su artillería y los soldados individuales bajo su mando habían masacrado por completo a las Fuerzas Ibéricas. Al hacerlo, había rescatado con éxito a Arnulf y al resto de la Guardia Real Granadina de sus perseguidores.