Hartman se encontraba al frente de sus soldados, quienes se habían reunido en un pequeño pueblo boscoso dentro del Ducado de Luxemburgo. Informes de rebeldes entrando y saliendo de esta ciudad habían llegado a oídos de sus espías, y aunque la información no podía ser confirmada, al Bastardo de Luxemburgo no le importaba.
El asesino de su mentor había escapado, y la Iglesia Católica le había dado el poder de fuego que tanto necesitaba. A pesar de los mejores esfuerzos de Hilmar por consolar al Duque, en el momento en que su dolor desapareció, fue reemplazado por una ira insaciable. Así que, en su estado de furia, el Duque dio al pueblo un ultimátum: entregar a los rebeldes, o morir con ellos.