Dentro de la ciudad de Roma, varios poderosos monarcas de todo el Mundo Cristiano se habían reunido a instancias del Papa Julio. El reciente establecimiento del Imperio Alemán bajo Berengar von Kufstein y su dinastía había asustado al Papado y a muchos de los reinos vecinos, obligándolos a actuar. Solo una cosa era cierta: ya no podían quedarse de brazos cruzados y esperar a que Berengar acumulara más poder.
Entre los presentes en este consejo internacional estaban los gobernantes del Reino de Francia, el Reino de España, el Ducado de Borgoña, el Ducado de Aquitania, el Reino de Inglaterra, el Reino de Escocia, el Reino de Nápoles, el Reino de Hungría, la Mancomunidad Polaco-Lituana y varios de los Estados Rus.