Tarde en la noche, dentro del Reino de Austria, yacía una joven pelirroja. Estaba sentada en la ventana del palacio Real mientras contemplaba todo lo que su esposo le había contado. Durante las últimas tres semanas, había estado usando la Inteligencia Imperial para coordinarse con el Departamento de Arqueología, con el fin de encontrar algún indicio de un rastro de dios. Sin embargo, a pesar de los mejores esfuerzos de la mujer, no había encontrado nada. Parecía que los dioses dejaban pocas pistas sobre su paradero mientras se escondían del mundo mortal. Debido a esto, Linde estaba en un estado de depresión al pensar en perder al hombre que amaba. No en esta vida, ya que sabía que estarían juntos hasta sus muertes.