Leonel casi no pudo contenerse de reír mientras veía a Aina correr como un conejo asustado. Incluso un rato después de que ella desapareció en la habitación que eligió, aún podía sentir la suavidad de su figura.
Detrás de la puerta cerrada, Aina se deslizó al suelo, su rostro de un tono rojo como remolacha. Su corazón latía descontroladamente, completamente fuera de su control. Esto hacía que su respiración pareciera algo errática y ansiosa.
La última vez que había estado tan íntima con Leonel… sus piernas habían sido arrancadas. Así que, era seguro decir que realmente no estaba pensando en lo avergonzada que debería o no debería estar.
Pero esta vez, no había un elefante tan inmenso en la habitación. Era casi demasiado para ella soportarlo.
Solo mucho tiempo después el corazón de Aina finalmente se calmó. Irónicamente, fue porque pudo escuchar las mismas aguas moviéndose que Leonel había oído momentos antes. Solo escucharlas le daba la misma paz que Leonel había sentido.