Aina se movió en los brazos de Leonel. Cuando se dio cuenta de dónde estaba, comenzó a sonrojarse profusamente. Pero, por mucho que quisiera escapar, no se atrevía a hacerlo en este momento. Realmente lamentaba haber tirado toda su ropa ahora. ¿Y por qué era tan clara esta maldita agua?
La risa de Leonel despertó a Aina de sus propios pensamientos. Para entonces, todo su cuerpo había tomado un tono rojo profundo. Desafortunadamente, el único lugar donde tenía para esconderse era el pecho de Leonel.
—Uf… No te muevas tanto…
Aunque Leonel se reía de Aina, él también quería llorar. ¿No se daba cuenta esta chica de dónde estaba sentada? Había mostrado suficiente fuerza de voluntad para toda una vida hoy.
Aina parpadeó, asomándose desde el pecho de Leonel. Una brillante sonrisa se extendió por sus labios, su vergüenza desapareció de repente.
—No es como si fuera la primera vez que lo veo.
Leonel casi se atragantó con aire de nuevo.
—¡Eso no fui yo! —se defendió Leonel.