Lavar

Leonel se quedó en silencio.

En los cielos, las líneas de rojo y negro se engrosaron, las sanguijuelas se volvieron cada vez menos ilusorias.

La mirada de Leonel bajó del cielo, aterrizando en Aina que aún parecía estar inmóvil. Aunque ahora parecía ser en parte debido a la lucha contra el creciente control del Maestro Titiritero, una gran mayoría parecía ser miedo.

Leonel encontraba difícil creer que esta fuera su Aina. El miedo nunca fue una emoción que había visto en ella antes. Al menos, no por el bien de un enemigo.

Se podría decir que la primera vez que Leonel vio que la fachada de Aina se resquebrajaba fue ese día en la casa de baños. Aún podía recordar el camino que tomaron cada una de las lágrimas que rodaron por sus mejillas. Recordaba la tonalidad exacta de sus ojos enrojecidos, la forma en que su cabello mojado se adhería a su rostro, la manera en que temblaba durante cada una de sus torpes acciones.