La mirada de Leonel atravesó los cielos, Runas de Bronce parpadeando en su cuerpo. Un brillo bronceado recorrió su piel, como si de repente se hubiera convertido en un metal pulido.
«Maestro Titiritero, ¿eh…?»
Leonel giró su palma, una lanza negra con innumerables cadenas colgantes apareció en su mano.
CLANG! CLANG! CLANG! CLANG!
Leonel miró hacia abajo desde los cielos, una multitud de unidades de patrulla convergiendo en su ubicación. Al principio, todos mostraron cierto nivel de resistencia, pero muy pronto, sus miradas se volvieron vacías, sus ojos vidriosos mientras sus movimientos se volvían más coordinados.
Pronto, se movieron como si fueran un solo ejército.
La posibilidad de que Aina pudiera volverse contra él no escapó a Leonel, pero no levantó defensas contra ella. Esto no era porque fuera un tonto, sino porque confiaba en ella.