Cuando Guillermo desapareció de la vista, la vendedora se rió entre dientes al apoyarse en su silla.
—Parece que gané la apuesta, así que, ¿qué harás, señorita? —preguntó la vendedora.
Belle salió de detrás del puesto y miró en la dirección donde Guillermo había corrido. Se mordió el labio mientras pensaba en las últimas palabras que le había dicho hace un momento. Se sintió culpable y avergonzada porque intentó usar la promesa de Guillermo para atarlo a ella.
La vendedora le entregó a Belle una pequeña caja y la abrió.
—Todo lo que necesito como pago es una promesa —dijo la vendedora—. La elección es tuya.
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Guillermo se detuvo en la puerta de la residencia jadeando por aire. Había corrido todo el camino desde el templo solo para llegar tan pronto como pudo. Sin embargo, cuando preguntó al guardia si Belle había regresado, este dijo que la Señorita aún no estaba dentro de la residencia.