—No, guardaban rencor contra nuestra manada, así como contra toda la comunidad de hombres lobo —respondió Caleb con tono despreocupado.
—¿¡QUÉ!? —grité asombrado.
—¿Qué intentas decir? ¡Solo me estás confundiendo! —dije asombrado.
—Está bien, te explicaré lo que sucedió desde el principio —señaló Caleb con tono habitual.
—De acuerdo, dispara —respondí de manera casual.
—Déjame decirte una cosa antes de comenzar la narración. Soy el hijo más débil de mi mamá y mi papá. Es decir, sabes lo fuertes y poderosos que son mis famosos hermanos trillizos —comentó Caleb de forma casual—, y tuve que estar de acuerdo.
—Todos lo saben, Caleb —fue mi otra respuesta casual.
—Así que, cuando tenía ocho años, fui secuestrado por un grupo de personas —dijo Caleb en tono serio—, asegurándose de que yo supiera que no estaba bromeando.
—¿Qué? ¿Te secuestraron? —casi grité.
—Sí, cuando regresaba de la escuela. Esas personas me llevaron —su tono seguía siendo tranquilo.