Samael me había llevado en brazos sin decir una palabra. Nuestro ritmo era lento pero constante.
—¿Mi señor? —Tras el largo silencio entre nosotros, llamé.
—¿Hmm? —Sin echarme un vistazo, Sam tarareó una melodía baja y suave.
—¿No dijiste que eres más rápido que el paso más veloz de un caballo? —pregunté, curiosa.
Como necesitaba algo que desviara mi atención de notar cada pequeño detalle entre nosotros, tenía que hablar. Solo era cuestión de tiempo hasta que mi corazón latiera fuerte contra su espalda.
Probablemente a Sam le parecería extraño tener un latido del corazón tan peculiar.
—Lo dije —sin pausar su marcha, asintió.
Fruncí el ceño mientras la esquina de mis labios se curvaba hacia abajo ligeramente.
—Entonces, ¿por qué caminas tan despacio? —Sam caminaba al mismo paso que un anciano. Era como si solo estuviera paseando por el jardín, despreocupado y libre.
—¿Hmm...? Porque te llevo cargando —¿Eh?—Parpadeé—. ¿Te preocupa que me lastime?