—Piérdete —lo dije con una sonrisa.
Cuando me di cuenta de lo que había dicho, ya era demasiado tarde. Sin embargo, tenía que mantener la sonrisa hasta el final, ¿verdad?
Mi maestro, mi mayordomo, ¿por qué me enseñaste tanta impertinencia? Tu estudiante necesitaba latigazos por usar tu enseñanza y sabiduría sin pensar.
Lloré por dentro, despidiéndome del mundo. El silencio amaneció en todo el comedor.
La expresión del noveno príncipe se volvió más sombría. Solo con su mirada, podía sentir su deseo de estrangularme. Me preguntaba cuántas veces me había asesinado en su cabeza.
—Pfft—¡Jajaja! —Una carcajada resonó por todo el comedor, seguida de aplausos—. ¡Yulis, te dijo que te pierdas! ¡Ajajá! Ahhh...
Para mi sorpresa, ese hombre que se reía de repente apareció a mi lado. Casi di un brinco, pero mi reacción tardó.
—... eso es gracioso.