Con resignación, Dmitri se levantó y se fue. En media hora, volvió con un ciervo muerto, que asó.
—¿Cómo sabes tanto, Dmitri? —preguntó Adriana, asombrada de sus habilidades. Solo llevaba puesta una camisa y estaba agachada en el suelo mientras comía.
—He pasado por muchas dificultades desde joven, Adri... —respondió.
Le habló de su vida, de cómo tanto él como su madre se escondieron cuando mataron a su padre. —Nos dieron refugio durante un tiempo por un amigo de mi padre. Ni siquiera recuerdo su cara... Tenía una nieta muy linda —se rió.
Adriana se enojó. —¿En serio? ¡Deberías haberla encontrado y casarte con ella!
—Lo sé... Quería hacer eso. Incluso le pregunté a mi madre sobre ello. Pero ella dijo que no recordaba nada de eso... Así que me rendí... —dijo. Parecía pensativo, pero la estaba provocando.
Adriana exhaló aire caliente. Entrecerró los ojos. Tenía que ser castigado aunque su loba protestara. Mordió la carne y levantó una de sus piernas para exponer sus nalgas.