Adriana podía sentir el dolor atroz de Dmitri en su corazón. Podía ver que Dmitri estaba en tanto dolor que su tez se había vuelto ceniza. Su piel naturalmente saludable y brillante se había hundido en algo tan sin vida que la asustaba. Adriana lloraba mientras estiraba la mano para alcanzarlo. Vio que él había cerrado los ojos y se había sumido en un espacio mental donde podía sobrellevarlo, en algún lugar profundo para poder aislarse del mundo.
—¡Detente! —gritó ella—. ¡No le hagas eso! —Gritó, mientras yacía atada en el suelo. Su mirada estaba fija en su rostro para que, cuando él abriera los ojos, lo primero que vería sería a ella. Porque estaban unidos, ella también visitaba su oscuro lugar y sentía más dolor del que sabía que cualquier hombre lobo jamás podría aguantar. Estaba quebrando su voluntad y lastimándola inmensamente.
—Por favor, déjalo ir —le rogó a Cy con lágrimas bajando por sus mejillas.
Luego miró a Dmitri y gritó: