Para construir un verdadero coloso en el mundo de la nanotecnología, QuantumLyfe no podía conformarse con lo justo—necesitaba eclipsar a sus competidores. Necesitábamos un edificio más grande, instalaciones de investigación de vanguardia y recursos que superaran incluso nuestros sueños más ambiciosos.
Mil millones de dólares fue un comienzo increíble, pero en el fondo, sabía que era solo una gota en el océano. La inversión de Sinclair fue el disparo inicial, la primera ola.
En cuanto lanzáramos, no habría quien nos detuviera. Los inversionistas acudirían a nuestra puerta, viendo la prueba indiscutible de nuestro éxito.
QuantumLyfe no sería solo otra empresa tecnológica—sería el nombre en nanotecnología, el rostro de una revolución que redefiniría la ciencia, la medicina e incluso la vida misma.
Y yo estaba listo para cabalgar esa ola directamente hacia la cima.