Bajo Su Mando

—Cada nervio de mi cuerpo me gritaba que diera media vuelta y me alejara. La lógica me decía que me fuera, para evitar más humillaciones, pero algo profundamente arraigado me mantenía en mi lugar.

—No iba a correr. No ahora. No cuando había llegado tan lejos. Retroceder solo empeoraría las cosas, se vería débil, lamentable, como si no pudiera enfrentar las consecuencias de mis propios actos.

—Aclarando mi garganta, forcé a mi voz a estabilizarse —de hecho, por eso estoy aquí —dije, extendiendo la caja en mis manos hacia él—. Mi corazón latía a mil, cada latido más fuerte que el anterior —Me sentía culpable por haber arruinado tu camisa el otro día. Quería disculparme y... reemplazarla.

Leander no se movió. Su expresión seguía siendo inescrutable, sus ojos afilados fijos en los míos. Los segundos se alargaban como horas mientras yo estaba allí, con el brazo extendido y temblando ligeramente.