—¡Ah, no! ¡Por supuesto que no! Estoy solo... ya sabes... un poco cansado. Son más de las ocho, después de todo.
Estaba tratando sutilmente de recordarle que era de noche, el momento en que la gente normal comienza a relajarse, no corriendo por ahí haciendo tareas insignificantes. Pero por supuesto, Leander era tan denso como un muro de ladrillos.
Se burló, un sonido tan despectivo que me hizo hervir la sangre. —No es tan tarde. Ven a la habitación 417, en el Hotel Grand. Está cerca de ti, así que te espero aquí en diez minutos.
—¿Habitación 417? ¿Hotel Grand? ¿Qué? ¿Por qué? —tartamudeé, sentándome derecha en la cama, con el corazón ya latiendo fuertemente.
—Solo ven. O te arrepentirás.
Con eso, la línea se cortó.
Miré mi teléfono, el temor retorciéndose en mi estómago. Ninguna mujer cuerda jamás entraría en una situación como esta. ¿Quién sabía lo que me esperaba en esa habitación a esta hora? Todo el escenario gritaba mala decisión.