El frío en Alemania calaba hasta los huesos, penetrando las capas de ropa y mordiendo mi piel.
A pesar del aire helado afuera, el calor entre Cole y yo había sido innegable solo momentos atrás, las ventanas empañadas del coche testigo de nuestros... misterios previos.
Pero todo ese calor se disipó en el momento en que llegamos a nuestro destino. Mi emoción inicial, el atisbo de esperanza que me había sostenido durante el largo viaje, se despedazó como cristal frágil al contemplar la vista frente a mí.
Lo que alguna vez pudo haber sido un lugar vibrante, ahora era un campo de devastación—nada más que ruinas y escombros dispersos sobre el paisaje nevado. No quedaban paredes en pie, ni techos que ofrecieran refugio. Solo fragmentos de piedra, madera carbonizada y los restos esqueléticos de árboles muertos se mantenían como un sombrío recordatorio de lo que alguna vez existió.
Era inquietante. Silencioso. Como si el mismo aire contuviera el aliento en luto.