—Hermano Cheng, ¿me podrías dar un abrazo también? —preguntó Li Hua, con los ojos llenos de envidia mientras miraba a su hermana.
Lin Cheng comprendió perfectamente lo que Li Hua anhelaba. Había sido testigo de la tierna escena en la que su cuñado levantaba con facilidad a su hermana hasta la cima de la colina, un momento tan pintoresco que parecía sacado directamente de una película.
No era que él fuera incapaz de tal gesto; más bien, era un poco reservado.
Sin embargo, dado que su esposa rara vez hacía tales peticiones, Lin Cheng no encontraba deseo de ella que no pudiera cumplir.
Con un rubor tiñendo sus mejillas, Lin Cheng asintió, levantando a su esposa en brazos y llevándola cuesta arriba antes de volver rápidamente a sus tareas.
La sonrisa de Li Hua floreció, su corazón latía de alegría. Volviéndose hacia Gu Zi, declaró:
—Tomaré ejemplo de ti. Nosotros también añadiremos un toque de romance.
Gu Zi, con una sonrisa cómplice, respondió: