Capitulo 12: La promesa de Lee.

—Hola, Lee... —murmuré, apenas audible, mientras el ambiente se tensaba a mi alrededor. El aire estaba impregnado por el olor putrefacto de la sangre mezclado con el penetrante aroma de la medicina.

Lee giró la cabeza y me dedicó una sonrisa débil.

—Hola, Marl... —su voz era apenas un susurro, muy distinta a la que recordaba. Imágenes de Lee corriendo y gritando a mi lado, después de haber golpeado un panal de abejas o tras cualquier travesura, cruzaron fugazmente mi mente.

—Me alegra que pudieras llegar, amigo.

Su voz era tan frágil que me invadió un remordimiento punzante. Nunca lo había apreciado como en ese instante, ahora que quizás era demasiado tarde.

—¿Cómo te sientes? —pregunté, intentando ocultar la creciente angustia en mi voz.

—Siendo sincero... —Su mirada se apartó de mí, desviándose hacia la ventana junto a su camilla—. No creo que lo logre.

—No digas eso, amigo. Los doctores harán algo... —intenté sonar optimista, pero mi voz temblaba, cada palabra atrapada por el nudo en mi garganta.

Lee se forzó a incorporarse; sus dedos, delgados y huesudos, se aferraron a la sábana con fuerza. Al mover la tela, dejó escapar un gemido ronco, un sonido húmedo que terminó en una tos entrecortada.

El aire quiso irse de mi cuerpo con aquella imagen visceral.

En el centro de su pecho había un boquete del tamaño de un puño, que atravesaba su cuerpo de lado a lado por completo. Los bordes de la herida estaban quemados y ennegrecidos; la piel alrededor tenía un color morado oscuro y supuraba. Con cada respiración, que tomaba con dificultad, se escuchaba un sonido húmedo y burbujeante. El dolor lo hacía temblar; sus manos se cerraban en puños apretados y su mandíbula se tensaba.

El olor a carne quemada me rodeo apenas el gesto de lee, como una advertencia viva.

Algo se encendió dentro de mi nariz, un ardor áspero que trepaba hasta los ojos irritándolos.

La bilis subió sin permiso atreves de mi garganta, trayendo con ella un dulzor enfermizo que me llenó la boca con una textura pegajosa, un veneno sucio.

Después, todo se quebró. El dulzor se disolvió, dejando un amargo sabor metálico que se aferró a mis dientes, marcando mis labios. Mi cuerpo no me pedía irme, me lo exigía. Cada latido era una orden, un grito sordo que retumbaba en mis entrañas. Ordenando que cumpliera sus peticiones. El dolor se hizo visible en mi mente, formando una sola palabra: 

“En minutos te vas, de una forma u otra. O sales por esa puerta, o te quiebras aquí mismo.”

Mi vista temblaba. Todo a mi alrededor giraba, y dentro de mí... algo colapsaba. Como un templo invisible que había perdido otro de sus pilares. Sentía el derrumbe, lento y seco, como si cada emoción mal contenida finalmente se soltara.

Me cubrí la boca con la mano. Los ojos se me humedecieron, no supe si por el asco o por algo más que ya no podía esconder. Un pulso me retumbaba en la sien, los pensamientos zumbaban, las piernas temblaban.

Mi cuerpo intenta salvarme a su manera, empujándome lejos, dándome señales claras de huida. Pero soy yo quien lo retiene, quien se aferra al dolor y se niega a escapar.

—Lee... eso... —balbuceé, mientras todo a mi alrededor giraba sin control.

Sentía cómo mi mente se desprendía de mi cuerpo, lista para dejarme caer al suelo, inconsciente.

Me aferré a la camilla donde Lee yacía, los dedos hundiéndose en el metal helado. Inspiré hondo, forzando a mis pulmones a obedecer, luchando contra el vértigo y el impulso de rendirme al desmayo.

Lee bajó la mirada. Sus labios temblaron, dudando, pero cuando por fin habló, su voz salió firme, atravesada por la desesperación.

¡Cálmate, Marl! —Las lágrimas le corrían por las mejillas, brillando en su piel pálida—. Le pedí a mi hermana que te hablara solo a ti. Solo quiero pedirte una cosa...

Sus manos se movían sin control, como si se arrepintiera de sus próximas palabras. Sentí como mi garganta se tapaba, sin poder decir nada, solo me digné a escuchar

—En este mundo lleno de dioses envidiosos, donde ellos te eligen y te otorgan algo que ellos llaman destino...

Sube a la Montaña Superior y grita con todo lo que tengas:

"¡Edgar, estoy aquí!"

Él te ayudara.

Fruncí el ceño, confundido,

el eco de su petición retumbando en mi cabeza,

sin encontrar lugar en lógica.

—Marl, solo ten cuidado. Tu cabello es lo que ellos buscan. Si llegas a aceptar su trato, asegúrate de que no sea un dios envidioso, o la profecía del campeón...

—Pero Lee, lo que dices es una locura, ¿qué...?

Antes de que pudiera terminar la frase, un sonido agudo me congeló. El pitido monótono de la máquina de latidos, un zumbido que cortó el aire.

Volteé lentamente. La pantalla del monitor mostraba una línea recta.

Todo a mi alrededor se congelaba, como un punto vacío, todos los recuerdos de mi mejor amigo pasaban por mi mente en un flash. Un rayo de luz que se desvaneció con él.

Sentía como las lágrimas humedecían se acumulaban en mis parpados. Intenté no llorar, apreté los puños, apreté mi mandíbula. Forcé mi cuerpo, pero era inevitable.

No, no, no, no... —mi mente y cuerpo habían cedido a las emociones, sin darme cuenta, ya estaba abalanzado en el cuerpo de mi amigo, sacudiéndolo de arriba abajo como una animal que se niega a la realidad. —Vamos, Lee, despierta. ¡Despierta!

No entendía mi reacción. Fui impulsivo. Me estaba aferrando a no quererlo dejar ir. Irrespetando su cadáver.

Toda esperanza de que regresara me abandonó. como aquella una fuente de vida en el. Solté su cuerpo. Mi amigo… no sé a dónde fue, pero ya no estaba ahí.

El aire se sintió más pesado, como si el mundo entero se hubiera vuelto mudo de repente. Sentí un nudo en el estómago, una mezcla de desesperación y rabia me envolvía, dejando otro vacío.

"Cómo odio las emociones. Son irracionales, te arrastran a la incoherencia.

Cada vez que siento una, algo terrible sucede y su sabor se queda grabado en mi paladar.

Son parte de mi esencia, lo sé, no puedo negarlas. Pero este sabor... ya no lo quiero sentir."

Solo pude observar cómo un doctor metía su cuerpo en una bolsa y se lo llevaban, dejando la camilla vacía para el siguiente enfermo.

En ese instante lo comprendí. Tenía que ir a la Montaña Superior. Tenía que encontrar a Edgar. Debía cumplir su última petición.

—Lo prometo, Lee.

subiré esa montaña y encontraré a Edgar.

Es una promesa.

  1. uy uy uy, que interesante no creen.