Narrador: Logan C. Krauther
Entrenamientos "normales" en la Coalición de Hierro
Había algo extraño en el aire.
No era un cambio drástico, ni un detalle evidente, pero la atmósfera en la base se sentía... diferente.
Por primera vez desde que llegué a la Coalición de Hierro, el entrenamiento matutino no se sintió como una prueba de supervivencia.
No hubo órdenes gritadas con la intensidad de un juicio divino.
No hubo ejercicios diseñados para quebrar cuerpo y mente.
No hubo la sensación de que cada soldado tenía que demostrar que merecía seguir con vida.
Hoy, fue solo un entrenamiento.
Y lo más raro de todo... yo estuve incluido en él.
Si había algo constante en la Coalición de Hierro, era la forma en que el General Krauther supervisaba los entrenamientos.
Normalmente, observaba como un depredador, esperando a ver quién caía primero. A veces, incluso intervenía solo para demostrar que no éramos lo suficientemente buenos.
Pero hoy, estaba diferente.
Sí, su presencia seguía imponiendo respeto.
Sí, su mirada seguía calculando cada movimiento de los reclutas.
Pero había algo en su postura, en la falta de comentarios despectivos, en la ausencia de su típica actitud despiadada...
Estaba apagado.
Y eso, era aún más inquietante que su habitual brutalidad.
Después de la rutina de ejercicios, la ducha con agua helada fue un recordatorio de que, a pesar del ambiente extraño, esto seguía siendo la Coalición de Hierro.
Me vestí en silencio, con la sensación persistente de que algo no encajaba.
Fue entonces cuando me giré hacia Crips, quien estaba ajustando el cierre de su chaqueta sin mostrar señales de que algo estuviera fuera de lo normal.
—"¿Dónde está Kim?"
Crips no respondió de inmediato. Pareció medir la pregunta antes de responder.
—"No ha aparecido en todo el día."
—"Sí, lo noté."
Cerré los puños dentro de mis bolsillos. Era raro que Kim no estuviera presente. Incluso si no participaba directamente en los entrenamientos, siempre estaba cerca, supervisando, evaluando, asegurándose de que todo funcionara según sus estándares.
—"¿Y Krauther?" pregunté. "Está... diferente."
Crips suspiró, como si hubiera esperado esa pregunta.
—"Sí. Lo sé."
Se giró hacia mí y me hizo un gesto con la cabeza.
—"Ven. Vamos a nuestra habitación. Es mejor que hablemos ahí."
Nos sentamos en nuestras respectivas camas, con la distancia suficiente para que no pareciera un intercambio incómodo.
Crips exhaló lentamente y apoyó los codos en sus rodillas, frotándose las manos como si intentara ordenar sus pensamientos.
—"Mira, Rhaben," empezó, con un tono más serio de lo habitual. "Es normal que no lo sepas. Kim no habla de esto con nadie. Ni siquiera conmigo, y llevo más tiempo en su vida que tú."
Me quedé en silencio, esperando que continuara.
—"Hoy hace cinco años, su madre y su hermano mayor murieron en un atentado."
Sentí un ligero escalofrío.
—"¿Un atentado?"
Crips asintió.
—"Distrito Kafir. Era un distrito exterior relativamente estable, hasta que dejó de serlo."
Me crucé de brazos.
—"¿Cómo murieron?"
Crips apretó los labios por un momento.
—"En circunstancias extrañas."
—"¿Extrañas cómo?"
No respondió de inmediato.
—"Un día antes del atentado, Krauther prohibió que las 'Células' fueran enviadas a una misión de choque en Goeria."
Me tensé.
Las Células eran las unidades de tres soldados en las coaliciones, diseñadas para operar como equipos de combate eficientes.
Si Krauther prohibió su salida, significa que sabía que algo estaba por ocurrir.
Crips se pasó una mano por la cabeza y suspiró.
—"Al día siguiente, el distrito Kafir fue atacado y la madre y el hermano de Kim murieron. Fin de la historia."
Excepto que no era el fin de la historia.
Crips no lo decía en voz alta, pero el mensaje era claro: había algo que no cuadraba.
—"¿Y Kim?" pregunté.
Crips soltó una risa sin humor.
—"Hermética, como siempre. Nunca habla del tema. Solo desaparece por un día y regresa como si nada hubiera pasado."
Me quedé en silencio. Cinco años.
Era incómodo. No el tipo de incomodidad que viene con una situación tensa, sino esa clase de malestar interno que se instala en el pecho y no se va. Kim no hablaba de esto con nadie, pero yo tampoco sabía qué decir. No era bueno con este tipo de cosas. Nunca lo fui. Cuando Levin murió, nadie se sentó a explicarme cómo se suponía que debía sentirme. Nadie me dio la oportunidad de procesarlo. Solo me empujaron hacia adelante, como si el duelo fuera una carga que debía enterrarse en silencio. Ahora, sentado aquí, con Crips dándome una historia que no pedí pero que tampoco podía ignorar, sentía la misma presión en la garganta. Pero esta vez, no era mi dolor. Era el de Kim. Y no tenía idea de qué hacer con eso.
Cinco años repitiendo ese patrón.
Cinco años sin compartir su duelo con nadie.
Y entonces, Crips deslizó su tableta sobre la cama hacia mí.
—"Me pidió que te diera esto."
Tomé la tableta y vi el mensaje de voz en pantalla.
"Rhaben, hoy requiero que me obedezcas sin chistar. No me busques, no investigues, no te quiero cerca. De hecho, no quiero cerca a nadie y menos a ti."
El mensaje terminó.
Mi mandíbula se apretó involuntariamente.
No me quiero cerca.
Mi primer instinto fue ignorarla y hacer lo contrario.
Pero había algo en su tono, en la forma en que dijo "menos a ti", que hizo que mis dedos se tensaran alrededor de la tableta.
No era desprecio.
No era enojo.
Era... desesperación contenida.
Crips me miró con una expresión de advertencia.
—"No la busques, Logan."
Cerré los ojos por un segundo, tomando aire.
Sabía que tenía razón.
Pero eso no significaba que me fuera a quedar tranquilo.
Mi primer instinto fue ignorar el mensaje de Kim.
No porque no entendiera lo que decía, sino porque saber que alguien no quiere que lo busques es la mejor manera de querer hacerlo.
Me giré hacia Crips, quien me observaba con una mezcla de resignación y paciencia. Como si ya supiera exactamente lo que iba a decir.
—"¿Por qué el mensaje es tan específico conmigo?"
Crips suspiró y apoyó los codos en sus rodillas.
—"Porque Kim ya aprendió a predecirte."
Levanté una ceja.
—"¿Ah, sí?"
—"Sí," dijo, cruzándose de brazos. "Eres una maldita variable. Kim tiene el control sobre todo lo que la rodea. Siempre lo ha tenido. Pero tú... tú eres la anomalía en su ecuación."
No respondí de inmediato.
—"Eso no explica por qué quiere evitarme más que al resto."
Crips soltó una risa corta, sin humor.
—"Porque si hay alguien que haría exactamente lo contrario a lo que le dicen, eres tú."
Me crucé de brazos. No podía discutir eso.
—"¿Dónde está?"
Crips negó con la cabeza.
—"No lo sé."
—"Mentiroso."
—"No, de verdad," insistió. "Pero incluso si lo supiera, no te lo diría."
Apreté los dientes.
—"¿Por qué?"
—"Porque a diferencia de ti, respeto la decisión de Kim."
Eso me pareció ridículo.
Crips era mi amigo, pero si iba a ponerse con esas, entonces buscaría a alguien que sí me ayudara.
Sin decir una palabra más, me puse de pie y salí de la habitación.
Sabía exactamente a dónde ir.
Si alguien podía ayudarme a encontrar a Kim, esa era Susan.
Y con ese pensamiento en mente, me dirigí a la Coalición de Fuego.
NARRADORA: KIM KRAUTHER
El apartamento estaba silencioso.
No era que esperara otra cosa. Siempre lo estaba.
Rara vez pasaba aquí la noche. Mi habitación en la base de la Coalición de Hierro era más funcional, más eficiente.
Pero hoy era la excepción.
Sabía que él estaría aquí.
Mi padre.
Cuando salí de la habitación, él ya estaba sentado en la mesa del comedor, con una taza de café humeante frente a él. La imagen de un hombre que nunca deja de estar en guardia.
Si alguien lo viera desde afuera, pensaría que no había cambiado nada en estos años.
Pero yo sabía la verdad.
El hombre que estaba frente a mí ya no era el mismo.
Su postura, su mirada, incluso la forma en que sostenía la taza... todo era diferente.
Frío. Calculado. Muerto por dentro.
Nos sentamos en la misma mesa. No nos saludamos.
El silencio entre nosotros no era incómodo.
Era habitual.
Comimos sin hablar, el único sonido era el ruido de los cubiertos chocando contra los platos.
Hasta que finalmente, rompí el silencio.
—"Hoy ya son cinco años."
Mi voz sonó extraña en el ambiente.
Mi padre no se inmutó.
Solo dejó la taza sobre la mesa y, sin mirarme, respondió con una voz seca:
—"Sí. El tiempo no ha tenido piedad."
No añadí nada más.
Él tampoco.
Y así, el silencio volvió a instalarse.
No siempre había sido así.
Antes, mi padre era diferente.
Era el General Krauther, sí. Un estratega brutal. Un hombre con una disciplina implacable. Pero en casa...
En casa era padre.
Recuerdo cuando yo era más pequeña, cómo solía sentarse en la sala con mi hermano mayor, ayudándolo a pulir su puntería con simulaciones de combate.
Recuerdo cómo mi madre reía mientras observaba la escena, con esa calidez que llenaba la casa.
Recuerdo las cenas donde hablábamos sobre cualquier cosa, donde él no era el General, sino solo James Krauther, un hombre con una familia.
Hasta que un día, todo desapareció.
Y lo que quedó fue un cascarón vacío.
Mi padre no murió ese día.
Pero algo dentro de él sí.
Cuando él terminó su café, se levantó sin decir palabra y se dirigió a la puerta.
Yo seguí comiendo, sin mirarlo.
Pero antes de salir, se detuvo.
—"No entrenes hoy," dijo.
Fue una orden.
Pero su tono no sonaba como el del General Krauther.
Sonaba como el de un padre intentando hacer algo parecido a preocuparse.
No respondí.
No lo miré.
Él tampoco.
Cuando la puerta se cerró, solté el tenedor y dejé escapar el aire que había estado conteniendo.
Fui a la habitación donde guardaba lo necesario para este día.
Las flores estaban listas.
Las velas también.
Tomé un paño limpio y, con un cuidado que rara vez usaba, limpié la foto enmarcada de mi madre y mi hermano.
Sus rostros se veían intactos, detenidos en un tiempo donde todo aún estaba bien.
Apreté los labios.
Cinco años.
Cinco años desde el atentado.
Cinco años desde que mi familia se redujo a dos personas que apenas podían mirarse a los ojos sin recordar lo que habían perdido.
No me permití suspirar.
No me permití llorar.
No me permití sentir nada.
Simplemente terminé de preparar lo necesario y salí de la casa.
Hoy sería como los otros cuatro años.
No esperaría menos.
El cementerio del distrito Kafir era un lugar muerto incluso para los muertos.
Desolado, sin alma, abandonado por el tiempo y el recuerdo.
Y así era como me gustaba.
Aquí no había flores nuevas ni visitantes regulares. Nadie venía a lamentarse, a rezar o a llenar el aire de suspiros forzados de duelo.
Aquí solo había piedras, polvo y el sonido del viento cortando el silencio.
Me daba paz.
Porque aquí, nadie me veía llorar.
La colina era pequeña, pero el ascenso siempre se sentía más largo de lo que realmente era.
No porque me cansara físicamente, sino porque cada paso hacia la cima me recordaba por qué estaba aquí.
Finalmente, las vi.
Dos lápidas entrelazadas, formando una sola estructura.
"Aquí descansan Nora Hosfir y Daniel Krauther
Amados madre e hijo"
Me agaché en silencio y saqué un paño de mi bolsillo.
La piedra tenía polvo acumulado y algunas hojas secas a su alrededor. No era mucho, pero limpiarlas se había vuelto parte del proceso.
Un proceso que ya había repetido cinco veces.
Un proceso que no tenía final.
Suspiré y dejé que mis manos se movieran con la costumbre de quien ya había hecho esto muchas veces antes.
Pero mi mente, mi mente estaba en otra parte.
Las memorias no vinieron como una avalancha.
Vinieron como fragmentos dispersos, piezas sueltas de un rompecabezas que ya no podía reconstruirse.
Mi madre cepillando mi cabello cuando era niña, tarareando una canción sin letra.
Mi hermano enseñándome a calibrar una mira de precisión, con la paciencia de un instructor veterano.
Las discusiones en casa entre él y mi padre, dos soldados de la Coalición con filosofías opuestas.
Las noches en las que me quedaba despierta solo para escuchar sus voces en la sala, sintiéndome segura porque los tenía a ambos.
Y luego... la caja de madera con el sello de la Alianza.
Los cuerpos que nunca pude ver.
La frialdad en la voz de mi padre cuando recibimos la noticia.
Cinco años.
Cinco años desde que todo cambió.
Cinco años desde que me quedé con un padre que ya no era el mismo.
Cinco años desde que mi familia se redujo a números en un informe de misión clasificado.
Las lágrimas vinieron de forma controlada.
No sollozos desgarradores ni una crisis de llanto. Solo un flujo silencioso, como parte de un mecanismo interno que debía cumplirse.
Aquí, nadie me veía.
Aquí, podía permitirme ser humana.
Hasta que mi dron detectó movimiento.
El visor interno de mi implante ocular se activó, mostrando la imagen capturada por mi dron.
Dos figuras.
Una femenina. Susan.
Una masculina. Logan.
Maldición.
La primera conclusión fue obvia.
Susan lo trajo aquí.
Ella tenía más información sobre mis hábitos de lo que admitía. No lo suficiente como para saberlo todo, pero sí para intuir que este era el único lugar al que vendría en un día como hoy.
Me limpié rápidamente el rostro con la manga y respiré hondo.
El duelo había terminado.
La coraza volvía a su lugar.
No intenté esconderme.
Cuando Logan me vio, se detuvo.
No parecía sorprendido de verme.
Susan, en cambio, mantuvo una expresión neutra, pero sus ojos rojos brillaban con una mezcla de precaución y curiosidad.
—"Te dije que no me buscaras," solté, cruzándome de brazos.
—"Sí," respondió Logan, sin siquiera fingir que se arrepentía. "Y también me dijiste que no investigara. Pero no dijiste que no viniera por mi cuenta."
Rodé los ojos.
—"Eres insoportable."
—"Lo sé."
Silencio.
No el tipo de silencio que da paso a la paz, sino el que antecede a una discusión que ninguno de los dos quiere tener.
Logan miró la lápida detrás de mí y su expresión cambió. No era burla, ni indiferencia.
Era comprensión.
Y eso... eso me molestó más de lo que debería.
—"Si vas a darme un discurso sobre el duelo, ahórratelo," solté, cruzándome de brazos.
—"No iba a hacerlo."
—"Entonces, ¿qué?"
Logan me observó con esa mirada analítica suya, la que no encaja con su forma de hablar cínica y despreocupada.
—"Perder a alguien no es un evento, Kim. Es un estado permanente."
No respondí.
Porque... ¿qué se supone que dices a eso?
Mi pecho se tensó.
Cinco años.
Cinco años y todavía me encontraba aquí, en la misma colina, diciendo las mismas cosas, repitiendo el mismo ciclo.
Mi madre no iba a responder.
Mi hermano no iba a regresar.
No importaba cuántas veces limpiara esta maldita lápida.
—"A veces es más fácil sentir odio que aceptar que el dolor nunca se va," murmuró Logan.
Y por primera vez en años...
Me quebré.
No de manera explosiva.
No con gritos ni con golpes a la tierra.
Solo... dejé caer los brazos y exhalé un suspiro tembloroso.
La rabia se evaporó.
El peso del dolor, que siempre cargaba con fuerza, de repente fue demasiado.
Y sin decir nada, Logan extendió los brazos como si fuera a abrazarme.
Lo detuve antes de que lo hiciera, empujando mi brazo contra él.
—"Así está bien," murmuré, sin mirarlo.
Sin dudarlo, sostuvo mi brazo con firmeza.
No dijo nada más.
No necesitaba hacerlo.
No vi su expresión.
No necesitaba hacerlo.
Pero sentí la mirada de Susan desde donde estaba.
Y por alguna razón, sabía que estaba impresionada.
No porque yo estuviera llorando.
No porque Logan estuviera aquí.
Sino porque, en todos los años que había conocido a Kim Krauther, nunca había sido testigo de este momento.
Y sin embargo, Logan lo logró en una sola conversación.
Cuando el dolor no necesita palabras
El viento en la colina soplaba suavemente, sin el peso de una tormenta ni la liviandad de una brisa pasajera. Era constante, como si fuera parte del ritual.
Kim no dijo nada durante un largo rato.
Yo tampoco.
Solo permanecí a su lado, sosteniendo su brazo con firmeza, permitiendo que el peso de su dolor encontrara un punto de apoyo en mí.
Eventualmente, nos sentamos en el suelo.
No fue un movimiento dramático ni forzado, simplemente el cansancio emocional de Kim la hizo ceder, y yo la seguí.
Por primera vez en la noche, su voz sonó más baja, menos afilada.
—"Mi madre tenía la manía de hacer chocolate caliente cada noche, sin importar la estación," dijo, con una sonrisa mínima en los labios. "Aunque fuera verano, aunque estuviéramos sofocados... siempre insistía."
No respondí, solo la observé en silencio.
—"Daniel y yo nos quejábamos. Le decíamos que era una tontería, que el calor lo hacía insoportable, que solo estaba desperdiciando leche y cacao."
Hizo una pausa, su mirada perdida en la lápida frente a ella.
—"Pero lo tomábamos de todas formas. Y cuando se acababa, ella sonreía como si hubiera ganado una guerra silenciosa."
Cerró los ojos por un momento y dejó escapar una risa corta.
—"Nunca dejó de hacerlo. Ni una sola noche."
El viento sopló más fuerte.
Kim no lloraba ahora. Solo recordaba.
Yo no interrumpí.
Sabía lo que era perder a alguien.
Sabía lo que era quedarte con los recuerdos y darte cuenta de que es lo único que te queda.
Cuando Levin murió, yo...
Mi mente viajó a ese momento. A la sangre, al frío, a la sensación de vacío absoluto.
Luna me abrazó.
Pero no fue un abrazo como este.
No fue un contacto que reconociera el dolor.
Fue un abrazo de negación.
Ella apagó el dolor. Lo silenció, lo hizo insignificante en comparación con todo lo que seguía.
Pero Kim...
Kim se estaba permitiendo sentirlo.
Y por primera vez, me di cuenta de que yo nunca tuve este tipo de momento.
Que nadie me dejó procesarlo de esta forma.
Y que quizás, si alguien lo hubiera hecho, mi duelo habría sido diferente.
No mejor.
Solo... diferente.
Kim inclinó levemente la cabeza y la apoyó contra mi hombro.
No dije nada.
Solo solté el aire lentamente y, con cuidado, pasé la mano por su rostro para secarle las lágrimas que aún quedaban.
El silencio se volvió un manto.
No pesado.
No incómodo.
Solo... presente.
Hasta que Susan lo rompió.
—"Ey, Kim," dijo, su voz suave pero peligrosamente cerca.
Mi mirada tardó un segundo en enfocarla.
Estaba justo frente a nosotros.
Demasiado cerca.
Sus ojos rojos brillaban con esa chispa juguetona que nunca desaparecía.
Mi cuerpo automáticamente se puso en alerta.
—"No me lo vayas a quitar," dijo con una sonrisa divertida, sus labios curvándose con una malicia juguetona.
Kim no se inmutó.
Ni siquiera abrió los ojos.
Solo se encogió de hombros y sonrió levemente.
—"Él es mío," dijo en un tono casual. "Pero no de forma romántica."
Susan levantó una ceja.
—"¿Ah, no?"
—"No," dijo Kim con la voz relajada, aún con la cabeza en mi hombro. "Aunque sea mío, te lo presto, Su."
Susan rió.
Kim rió.
Y yo...
Yo sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo.
Mi incomodidad debía ser tan obvia que ambas lo notaron.
Y lo disfrutaron.
Susan se sentó frente a mí con los brazos cruzados y una sonrisa traviesa en los labios.
—"Bueno, Logan," dijo, inclinando la cabeza. "Parece que ahora soy tu dueña temporal."
Rodé los ojos.
—"Voy a fingir que no escuché nada de esto."
Kim rió más fuerte, pero Susan solo se quedó observándome por un segundo más.
Como si estuviera notando algo.
Pero antes de que pudiera preguntar qué, Kim giró la cabeza levemente en su dirección.
— ¿Cómo pensaste en Susan para traerte aquí?
Kim lo preguntó con la misma curiosidad afilada con la que analizaba todo, pero Susan me miró con algo diferente. Expectativa, quizás. O simple interés genuino.
Yo solté un suspiro.
— Porque Crips es un idiota que respeta demasiado las decisiones de los demás.
Susan levantó una ceja.
— ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
Me encogí de hombros.
— Tú no respetas nada.
Susan soltó una carcajada.
Kim esbozó una sonrisa, como si mi respuesta fuera lo más lógico del mundo.
— No puedo discutir eso. —admitió Susan, divertida.
Pero no era solo una broma. Era la verdad.
— Aunque lo que realmente pasó fue...
Horas antes...
El eco de mis pasos resonaba en el cuartel de la Coalición de Fuego.
El lugar olía a ceniza y aceite quemado, el aire denso con el aroma persistente del entrenamiento. Las paredes tenían grietas ennegrecidas, testimonios de explosiones y llamas descontroladas que algún pyroquinetick no había sabido contener.
No me importaba nada de eso.
Yo buscaba a Susan.
La encontré en el patio de prácticas, ajustando los guantes de combate mientras hablaba con sus compañeros de celula. La luz artificial iluminaba su cabello con reflejos anaranjados, como si la propia energía que controlaba la envolviera.
Su expresión se endureció en cuanto me vio acercarme.
— ¿Y tú qué haces aquí, Logan?
— Necesito que me ayudes a encontrar a Kim.
Kerios soltó un resoplido. Donna rodó los ojos. Susan solo cruzó los brazos.
—Intuyo que ya sabes el motivo de su ausencia ¿verdad? ¿Y si es así, por qué demonios debería ayudarte? Kim me mataría...
— Porque tú tampoco sabes cuándo rendirte y supongo que ella también te importa, que has intentado acercarte tiempo atrás y que tampoco has podido.
Su expresión cambió. Levemente.
— Hmp. —exhaló, evaluándome con esos ojos agudos, como si intentara desarmarme antes de decidir si valía la pena.
Me sostuvo la mirada un segundo más de lo necesario.
— ¿Es urgente?
— Sí.
— ¿Es peligroso?
— Sí.
— ¿Vas a deberme un favor después de esto?
— Probablemente.
Susan inclinó la cabeza con una sonrisa traviesa. Me tomó de la mano de inmediato ante los ojos expectante de los miembros de su Coalición.
Pasamos por todos los pasillos hasta llegar a un parqueadero. Cuando estuvimos en frente de una moto deportiva negra con detalles rojos y dorados por fin me soltó.
— Sube a la moto.
— ¿Qué?
Ella giró sobre sus talones y montó su vehículo sin dudarlo, palmeando el asiento trasero como si todo estuviera decidido.
— Te llevaré a donde está Kim, pero será a mi manera. O subes o te dejo atrás.
Yo fruncí el ceño, pero me subí sin protestar.
Cuando aceleró, la velocidad me empujó hacia atrás y tuve que sujetarme a su cintura por instinto.
— ¿Sabes que puedo congelar el suelo y correr más rápido que esto, verdad?
— ¿Y perder la oportunidad de tenerte pegado a mí? Ni loca.
No supe si me estaba molestando o si realmente lo decía en serio.
No tuve tiempo de preguntarle.
Porque ya estábamos en camino.
Regreso al presente...
Kim desvió la mirada entre los dos, como si acabara de notar algo que no había considerado antes.
Susan aún tenía una sonrisa en los labios, la cabeza levemente ladeada, midiéndome como siempre lo hacía.
Y yo...
Yo fingí que no había nada más en esa conversación.
Nada en su tono. Nada en su mirada. Nada en cómo nos habíamos entendido antes de decir una sola palabra.
Pero la forma en la que Kim nos observaba ahora...
Sabía que ella no creía en coincidencias.
Kim suspiró profundamente y se enderezó lentamente.
Su momento de vulnerabilidad había terminado.
Pero algo en su expresión era más liviano que antes.
—"Déjenme sola un rato," dijo sin dureza.
Ni Susan ni yo discutimos.
Solo asentimos y nos pusimos de pie.
Kim se quedó en la colina, mirando las lápidas.
Nos alejamos en silencio, descendiendo por el sendero de piedra.
Cuando ya estábamos lejos, Susan colocó una mano en mi hombro.
—Gracias. Eres un buen primo y amigo con Kim
No me detuve, solo ladeé la cabeza en su dirección.
—¿Por qué?
Susan sonrió, pero no fue la sonrisa despreocupada de siempre.
Fue una sonrisa más suave.
—Porque lograste algo que ni yo pude.
No respondí de inmediato.
Solo solté un leve suspiro y giré la cabeza hacia el camino.
—No lo hice a propósito.
Susan rió levemente.
—Lo sé.
Y con eso, seguimos caminando.
Kim se reunió con nosotros en la base de la colina minutos después.
No dijimos nada.
No hacía falta.
El silencio no era incómodo.
Era el tipo de silencio que seguía a algo significativo.
Cuando llegamos a la salida del cementerio junto a la moto de Susan, Kim se giró hacia nosotros.
Su mirada no tenía rastros de la pesadez con la que llegó.
—"Gracias," dijo, simplemente.
Y luego, con una ligera sonrisa en los labios, fue la primera en seguir caminando.
Susan y yo la seguimos a su ritmo con la moto, sin romper el momento.
Era un buen silencio.
Un silencio que significaba más que cualquier palabra.