Narrador: Logan C. Krauther
Susan me llevó a una plaza de madera, con una pequeña tarima donde ya había gente bailando.
—No.
—Sí, —dijo ella, sonriendo.
—Definitivamente no.
—Vamos, Logan. Es solo un baile. ¿Nunca has bailado antes?
—No.
—Perfecto. Entonces esta es tu oportunidad.
Suspiré con pesadez mientras ella me tomaba de la muñeca y me guiaba hacia la pista. No había escapatoria.
—Escucha, es sencillo, —dijo, colocándose frente a mí—. Solo sigue mi ritmo.
Miré mis pies, incómodo.
—Eso suena más difícil de lo que crees.
Susan rió.
—Confía en mí. Solo relájate.
Respiré hondo y dejé que me dirigiera. Al principio, fue un desastre. Mis reflejos de combate no significaban nada aquí. Susan movía los pies con agilidad, mientras yo sentía que mis botas pesaban el doble. Pero ella jamás dejó de sonreír. Cada vez que me equivocaba, se reía y me corregía sin presionar, sin burlarse. Solo paciencia.
Finalmente, empecé a seguir su ritmo.
—Lo ves, —dijo, mirándome satisfecha—. No es tan difícil.
Antes de que pudiera responder, algo a lo lejos captó mi atención: una niña con ojos entusiasmados observaba la escena. Junto a ella, una joven de cabello oscuro con puntas moradas, ajustándose las gafas, me miraba fijamente.
Mhir.
Y de algún modo, su sola presencia lo cambió todo.
De repente, sentí un golpe directo en el torso, lo bastante fuerte para hacerme tambalear.
—¡LOGAN!
Antes de reaccionar, un par de brazos pequeños me sujetaron con la fuerza de un proyectil.
Liyara.
La niña me abrazó con tal energía que casi perdí el equilibrio. Susan, aún con su mano enlazada a la mía, se apartó de inmediato para no quedar en medio.
—¡Sabía que eras tú!, —dijo Liyara, mirándome con una sonrisa deslumbrante—. ¡Mhir, mira, es Logan!
No hacía falta que lo dijera. Mhir ya estaba ahí, de pie junto a nosotros, con la cara de quien acaba de ver algo totalmente fuera de lugar. Mi mirada se cruzó con la suya, y por un segundo, no supe qué decir. No creía encontrarme con ellas aquí. Susan, entretanto, parecía más divertida que incómoda.
—Vaya bienvenida, —comentó ella, riendo—. Diría que tu fan número uno te ha localizado, Logan.
Liyara, que al fin notaba la presencia de Susan, la contempló curiosa y luego miró mi mano, aún unida a la de Susan. Entonces lo soltó:
—¿Ella es tu novia?
El tiempo se congeló. Noté a Mhir voltear la cabeza hacia mí con una expresión difícil de descifrar. No era sorpresa, ni burla, sino algo que recordaba más bien a incomodidad.
—Interesante pregunta, —comentó Mhir con una calma aparente—. ¿Lo es?
Ahora Susan también me observaba con expectación.
—Bueno, ¿lo soy?
Me pasé una mano por la cara.
—Liyara, —dije con paciencia—, no, no lo es.
—Oh, —respondió la niña, asimilándolo.
Y, como si aquello lo hiciera más jugoso, Mhir se cruzó de brazos, añadiendo con un tono casi neutral:
—¿Por qué no?
La miré, incrédulo.
—¿Perdón?
Mhir ladeó la cabeza. Su cara era inmutable, pero la pregunta no sonaba inocente.
—Digo, se llevan bien, —comentó, como si evaluara una hipótesis.
Susan sonrió con malicia.
—¡Cierto! Logan y yo lo estamos pasando genial.
No ayudaba. Nada de esto ayudaba. Entonces, antes de hallar la forma de salir de la situación, Susan tomó una iniciativa drástica. Se llevó una mano a la chaqueta y se la desabotonó lentamente, quitándosela de los hombros con un suspiro de alivio.
—Hace calor, —murmuró.
Bajo la chaqueta, vestía una camiseta ajustada y de manga corta, marcando su figura con más claridad. Luego, como si fuera lo más normal del mundo, tomó mi brazo y apoyó sus pechos en él, con evidente satisfacción.
—¡Mucho mejor!
Mi mundo dejó de tener sentido. Mi cerebro se desconectó. Liyara parpadeó atónita. Mhir... Mhir no reaccionó al instante. Pero cuando lo hizo, fue con un leve agarre de su propio brazo y apretó la mandíbula casi imperceptiblemente. Su rostro seguía sereno.
—Bueno, —dijo Mhir al fin, sin variar su tono—, eso... es una respuesta.
¿Qué demonios estaba pasando? Susan no percibía la incomodidad del momento.
—Logan es genial, —comentó, aún aferrada a mi brazo—. Aunque creo que no nos conocemos lo suficiente para que me considere su novia, ¿no?
—No, —repliqué enseguida.
Susan rió.
—¡Qué pena! Me tomará más tiempo, supongo.
Mhir entrecerró un poco los ojos.
—Claro.
No sabría si era sarcástica o si no le importaba en absoluto, pero algo en la mirada que me lanzó duró un segundo más de lo habitual y me dejó con dudas. Entonces, para mi mala suerte, Kim y Crips llegaron.
Kim, como era de esperar, habló primero:
—¿Qué demonios me perdí?
Crips miró la escena y se iluminó con diversión:
—Espera... espera... ¿Logan? ¿Desde cuándo tienes un club de fans?
Kim se fijó en Susan, aún colgada de mi brazo con aire de suficiencia.
—Oh, —murmuró con una sonrisa peligrosa—. Esto es interesante.
No. No otra vez.
Susan no parecía intimidarse.
—Hola, Kim, —saludó con una soltura total.
Kim sonrió.
—Susan. ¿Algo que quieras contarme?
Susan giró la cabeza hacia mí, aun pegada a mi brazo.
—Depende. ¿Te refieres a lo de la noche increíble que estamos pasando o a que tu dron espía terminó en llamas?
Kim frunció el ceño.
—¿Mi dron... en llamas?
—Oh, sí, —confirmó Susan—. Lo derribé antes de que interrumpiera nuestra cita.
Kim me miró con incredulidad.
—¿Derribaste mi dron?
—Yo no, —aclaré—. Fue Susan.
Crips soltó una carcajada.
—¡Vaya! Esto se pone cada vez mejor.
Kim suspiró, sin verse especialmente molesta:
—Bueno, al menos alguien se divierte —dijo, mirando a Susan.
Susan se encogió de hombros con una sonrisa. Mhir seguía en silencio. Cuando la miré, noté que había relajado un poco su postura, pero no era fácil adivinar lo que pensaba.
Al final, Mhir suspiró con su habitual serenidad:
—Ha sido un espectáculo interesante. ¿Algo más que deba saber antes de que esto se vuelva más extraño?
—Diría que no, —contesté, deseando con todas mis fuerzas que terminara esta conversación.
Susan se acercó un poco más a mí, sonriendo con aire travieso:
—Ha sido un placer bailar contigo, Logan. Quizás la próxima vez me tomes la mano por voluntad propia.
Mhir desvió la mirada, como si algo en esa frase la molestara. Kim parecía encantada con el espectáculo. Crips... reía. Yo solo ansiaba largarme.
La música de la plaza se fue apagando y empezamos a dispersarnos. Fue una noche extraña. Demasiado relajada para la vida en la Alianza, demasiado libre para un soldado de la Coalición de Hierro. Pero mientras caminábamos por las calles iluminadas, en ese ambiente cálido y bullicioso, Liyara tiró de mi manga.
—Oye, Logan, —dijo con inocencia—. Mi hermana también es bonita.
Silencio absoluto. Miré a Mhir. Ella no reaccionó al instante, pero sus labios se apretaron ligeramente. Susan no desperdició la oportunidad:
—Oh, pero claro que lo es, —comentó con una sonrisa casual, aunque su mirada chispeaba cuando se volvió hacia Mhir—. ¿Verdad, Logan?
No. No quiero meterme en esto. Antes de decir nada, Mhir intervino:
—Niños, —murmuró, negando con la cabeza.
Un intento de fuga limpio, pero Kim y Susan no perdonaban:
—¿Niños? —repitió Kim, con una sonrisa amenazante—. Tú eres la adulta, ¿no?
—La gran hermana Mhir cuidándonos a todos, añadió Susan, con tono burlón y brazos cruzados.
Mhir entrecerró los ojos.
—El hecho de tener cuerpo de adulto no implica madurez mental, —replicó, seca.
Kim y Susan se miraron con complicidad.
—¿Admitirás que eres la mamá del grupo, entonces? —soltó Kim con sonrisa socarrona.
Mhir optó por ignorarlas y se volvió a Liyara:
—Es tarde. Nos vamos.
Pero la niña no cedió. Agarró la mano de su hermana y mi muñeca al mismo tiempo, con firmeza:
—Espera, —insistió, tirando de mi manga—. Mhir, despídete de Logan.
Mhir se quedó petrificada un instante.
—No es necesario —intentó, pero Liyara ya la empujaba hacia mí con determinación.
Y así, sin preverlo, la estaba abrazando.
Un abrazo que nadie vio venir. Al principio, Mhir se quedó rígida, como si la idea de un contacto tan directo fuera ajena para ella. Noté cómo su respiración se detenía y su cuerpo se tensaba. Pero, tras un segundo, en lugar de apartarse, relajó apenas los hombros. Fue algo mínimo, casi invisible, pero ahí estaba.
Cuando nos separamos, Mhir mostraba un semblante totalmente neutro. Demasiado neutro: un claro indicio de que su cabeza iba a toda velocidad. De reojo, vi la cara de Susan; no era de celos ni de rabia, sino una sorpresa genuina, como si hubiera visto algo que no esperaba. Parecía un poco menos segura que antes.
Kim, en cambio, estaba lista para sentarse con palomitas a contemplar el caos.
—
Kim se acercó, cogiendo a Susan del brazo con un gesto entusiasmado:
—Ven, cuéntame todo de tu "cita" con Logan.
Susan parpadeó.
—¿Cita? No fue—
—Sí, sí, —interrumpió Kim, arrastrándola—, ¿quién necesita etiquetas cuando hay drama?
Susan me lanzó una mirada de "¡sálvame!" mientras se la llevaban.
—¡Traidor!
Me encogí de hombros. Crips y yo nos quedamos un par de pasos atrás, dejando espacio sin alejarnos por completo. Él se volvió hacia mí con una sonrisa algo perezosa:
—¿Quieres explicarme qué demonios fue eso?
—¿A qué te refieres con "eso"?
Crips alzó las cejas.
—La tensión entre Mhir y Susan, ¿no lo viste?
No respondí. No porque no lo notara, sino porque no lo entendía.
—Raro, —murmuró—. No es propio de Mhir ponerse incómoda.
Suspiré.
—No lo sé ni quiero pensarlo ahora.
Crips rió.
—Claro, algo me dice que lo pensarás luego.
No dignifiqué su comentario con respuesta.
///
Llegamos a las puertas de la base de la Coalición de Fuego. Los guardias aguardaban.
Susan se dio la vuelta con una sonrisa tranquila.
—Bueno, fue divertido, —dijo, con naturalidad.
La verdad, pese a todo, lo fue. Una de las noches más raras y entretenidas que he tenido en mucho tiempo.
—Sí, —admití con una ligera sonrisa—. Lo fue.
Antes de poder reaccionar, Susan avanzó como si fuera a abrazarme. Puse una mano en su hombro, parándola antes de que lo hiciera. Me miró, desconcertada.
Entonces alcé mi mano, besé la punta de mis dedos y la presioné con suavidad contra su frente.
—De momento, esto basta —dije, con una sonrisa—. Tal vez el abrazo venga cuando pierda otra apuesta.
Observé en su cara un instante de genuina sorpresa. Luego se rió:
—Oh, claro que lo harás —replicó, con una sonrisa segura.
Se dio la vuelta y entró a la base sin mirar atrás, sin pretender tener el control final.
Nos quedamos en silencio un momento. Entonces Crips soltó una carcajada:
—Amigo, a veces eres un galán involuntario.
Kim asintió con los brazos cruzados:
—Una habilidad innata, al parecer.
Rodé los ojos, pero no pude contener una sonrisa. No por burla ni por la situación. Solo porque me sentía bien.
Kim se adelantó:
—Dormiremos en tu cuarto esta noche —anunció.
—¿Para qué?
—Para que nos cuentes todo.
Suspiré, pero no lo discutí. Porque, por algún motivo, no me importaba. Crips volvió a reír; Kim caminaba adelante con energía. Y yo... simplemente me uní a ellos. Porque, por primera vez en mucho tiempo, tuve un día que fue sencillamente divertido.