Por fin llegó el fatídico día. En la mañana de un miércoles, mientras el personal de la residencia ayudaba a los pacientes a subir a los vehículos que los transportarían o las ambulancias que se ocupaban de los pacientes más limitados, los fantasmas lamentaban que se les hubiera quitado su única línea de supervivencia. La desesperación y el miedo eran las emociones reinantes en esta trampa mortal disfrazada de edificio, donde se veían obligados a quedarse. Era alrededor de las diez de la mañana cuando todo el personal principal y los pacientes se habían ido. Solo algunos trabajadores de la agencia de mudanzas se quedaron atrás sacando los muebles y otras cosas. Un grupo de técnicos y mecánicos trabajaron rápido para sacar el generador del edificio y cargarlo en un camión; la electricidad del edificio ya había sido desconectada.
Como si el edificio supiera lo que estaba pasando, justo en medio del día, las paredes empezaron a chirriar y retumbar más fuerte que nunca. Algunos fantasmas intentaron poner a prueba las paredes invisibles que les impedían atravesar las puertas de su prisión, solo para descubrir que seguían tan sólidas como siempre.
Quizás el miedo a lo que estaba a punto de suceder hizo que todos cayeran en el mismo estado de ánimo y patrón de comportamiento. Todos empezaron a recordar el pasado, pensando por primera vez en mucho tiempo en sus vidas, sus muertes y en las cosas que lamentaban o que nunca llegaron a cumplir.
Martín se empezó a reír recordando cómo solía ser un sólido hombre de ciencia; para él, no existía nada como el más allá, los fantasmas, los dioses, los demonios o cualquier otro royo sobrenatural. Nada de eso tenía sentido para él. Sin embargo, la muerte le demostró que estaba equivocado una y otra vez. Debería haber pasado más tiempo con sus hijos y su esposa, trabajar mucho menos y tal vez vivir mucho más. Al final, todo su supuesto conocimiento no sirvió para nada. Ahora, ante una segunda muerte inminente e irónica, se sentía aún más tonto y estúpido que cuando estaba vivo.
Ramón estaba mirando por la ventana. Aunque ya había tenido tiempo para procesar sus tormentos internos en los años que pasó como un fantasma en el exterior, no podía olvidar la sensación de libertad de ser camionero. Nunca se casó, ni tuvo hijos… que él supiera. Su verdadero amor era su camión y las carreteras. De España a Alemania en un camión de 18 ruedas, parar en el motel local y tal vez divertirse con las chicas, chicos o ambos, en los burdeles locales. Comer era un placer; los camioneros conocían los mejores restaurantes con la mejor comida y los precios más bajos.
—Extraño mi camión —dijo con cara de tristeza.
Shana se preguntaba qué había pasado con sus hijos. Su último recuerdo antes de morir fue otro coche chocando contra el suyo. Su coche dio vueltas sobre sí mismo unas cuantas veces antes de que ella perdiera el conocimiento; la mayor parte de su memoria del evento era una serie de imágenes borrosas mientras se debatía entre la vida y la muerte. Al final, la muerte ganó. Vio a los paramédicos intentando reanimar su cadáver durante unos segundos antes de que el edificio arrastrara su alma. Al menos sus hijos no estaban atrapados en este infierno; no estaba segura, pero su instinto maternal le decía que sus hijos estaban vivos y bien. Tenían que estarlo; esa idea era su único baluarte contra la locura.
Willy estaba observando a todos a su alrededor; podía sentir el miedo en el ambiente. Si las cosas salían mal y se cumplía el peor de los escenarios, al menos quería tener control de la situación y ver a todos los demás caer antes que él. Los malos hábitos son difíciles de erradicar, y ser un cabrón sádico no murió con él en absoluto. El suyo fue quizás el caso más extremo de un intento desesperado por sobrevivir, pero incluso si fallaba, bueno, al menos se divirtió. Pensó con su rostro retorcido en esa mueca de sufrimiento y algo de miedo, mientras los ruidos del edificio aumentaban.
Elizabeth estaba en una habitación, mirando por la ventana. No tenía idea de cómo se sentía ser devorada por un Glotón, pero si era algo parecido al infierno que atravesó cuando estaba viva, tenía que sobrevivir a esta nueva pesadilla a cualquier costo. Estaba agradecida de que, como fantasma, no tuviera reacciones físicas; para este momento, tendría los pelos de punta por todo el cuerpo y temblaría de miedo solo con los recuerdos. En vida fue una joven hermosa y lo sabía; estaba orgullosa de eso. Era otra época, hace mucho tiempo. En aquellos días era tan joven y estúpida. Un hombre muy rico se obsesionó con ella; le prometió todo y más, desde la tierra hasta la luna, y cumplió. La colmaron de todo tipo de regalos, la mimaron y la trataron como a una reina. Con el permiso de sus padres y pensando que tenía un futuro asegurado y que estaba en camino hacia una vida fácil, se casó. Su esposo resultó ser un monstruo, un maníaco y, en uno de sus momentos de locura impulsados por el alcohol, las drogas y la lujuria, la estranguló hasta matarla. Su matrimonio duró solo nueve meses. Nueve meses de infierno, que no quería recordar, pero esos recuerdos aún estaban frescos en su mente: los agarres estranguladores, la camisa enrollada alrededor de su puño para no dejar marcas, ese aliento apestoso a alcohol. Si no fuera porque había aceptado que estaba muerta hace años, juraría que aún podía sentir el dolor de ese cinturón de cuero contra su piel.
Josue Santana no era la excepción a la regla; como todos, recordaba su pasado. Tal vez porque era un hombre ambicioso, se encontraba en esta situación. Tal vez su avaricia fue el pecado que lo condenó a este castigo. Era irónico; él fue quien compró el edificio a bajo precio; él fue quien le enseñó a su hijo cómo obtener ganancias y cómo engañar al sistema; manipular los libros; evadir impuestos; pagar sobornos. Tal vez ahora estaba pagando el precio por sus transgresiones. Sin embargo, no le importaba; era codicioso en vida y era codicioso en la muerte. Su fortuna estaba a salvo y creciendo en manos de su hijo Adrián. Miró alrededor del edificio con una sonrisa. Hizo un buen trato; el arquitecto que construyó el edificio sabía cómo ahorrar; utilizó materiales baratos, pero resistentes; ¿a quién le importaba si eran ilegales? No había duda de que Williams era un genio... Como si un día tormentoso finalmente se despejara y el sol brillara en el cielo, la claridad llegó a la mente de Josué.
—Williams Argent Palau... Willy el llorón —dijo Santana en voz baja.
Tenía que moverse rápido; no sabía cuán importante era esto ni qué repercusiones podría tener. Primero encontró a John, y juntos se acercaron a Martín.
—Vengan, recordé algo importante —Santana les instó a alejarse todo lo posible de los demás.
—¿Quieres hablar ya? —exigió Martín.
—Este edificio lo compré barato; sabía que había algunas cosas de mala calidad en la construcción, pero ya sabes, era en aquella época.
—Ve al grano, ¿quieres? —Martín instó; no tenían tiempo que perder. El sol estaba a punto de ponerse en el horizonte. Los ruidos en las paredes eran más fuertes que nunca; no había duda de que se avecinaba un ataque.
—Sí, sí. Este tipo, Willy, sabía que lo había visto antes; su nombre completo es William Argent Palau; es el arquitecto que diseñó este edificio.
John estaba sorprendido, pero no sabía qué hacer con la información. Martín, por otro lado, estaba perdido en sus pensamientos; algunas ideas le vinieron a la mente. Qué lástima que ya fuera demasiado tarde.
Los gritos y lamentos en el pasillo anunciaron la aparición de los Glotones. Todos los fantasmas intentaron huir, pero los dormitorios, la sala de estar y todas las habitaciones estaban completamente abiertas, y no había ningún ser vivo del que robar energía. Martín, Josué y John miraban hacia la habitación de Willy. Elizabeth estaba a su lado.
—Ya es hora —dijo Willy. —Ayúdame; cerremos esta puerta.
—Claro —contestó Elizabeth.
Willy extendió su mano derecha, con el dedo índice apuntando hacia la puerta. Mientras intentaba usar la energía que había recolectado de los vivos durante años y lanzarla hacia la puerta, sintió un pequeño empujón por detrás. Después de eso, salió volando de la habitación y se estrelló contra la pared con suficiente fuerza como para hacer un ruido tan intenso que incluso los vivos podrían haberlo escuchado, si quedara alguno.
Después de recuperarse de su sorpresa, se dio la vuelta y miró la puerta de su habitación; estaba cerrada. Elizabeth lo empujó fuera en el último segundo.
—¡Puta traidora!— Willy gritó.
Sin embargo, no había tiempo para lidiar con la traición de Elizabeth; los Glotones salían de la pared al fondo del pasillo. Willy salió corriendo. John, Martín y Santana estaban sorprendidos; si Willy era el arquitecto, tal vez sabía algo que los demás no sabían; sin embargo, al parecer Elizabeth lo había engañado y estaba tan jodido como los demás.
Dentro de la habitación de Willy, Elizabeth se sentía más tranquila; no le agradaba nada Willy. Algo en él le daba escalofríos; le generaba una sensación nauseabunda. Por algún motivo Willy le recordaba a su antiguo esposo. No había manera de que se quedara atrapada en una habitación con un tipo así por sabrá Dios cuánto tiempo.
Willy terminó cerca de Martin, John y Santana; ellos eran los que estaban más lejos de los otros fantasmas; algunos se quedaron atónitos al ver lo que le había pasado a Willy. En los últimos días, algunos de los fantasmas fueron a Elizabeth en busca de esperanza. Les dijo que no había nada que pudiera hacer; ante las insistencias acabó gritándoles:
—No hay nada que pueda hacer; ¡estamos todos jodidos!
Sin embargo, ahora estaba a salvo en una habitación cerrada, mientras los demás intentaban sobrevivir; algunos intentaron escapar de los Glotones o luchar sin éxito. Los Glotones estaban disfrutando de un bufete libre. Ramón se cansó de ello; desechó todo deseo de sobrevivir y decidió que, al menos esta vez, lo haría a su manera. Hecho a correr hacia los Glotones como si intentara ganar impulso, algo tonto, considerando que no tenía un cuerpo físico. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, lanzó un puñetazo, y para su sorpresa, dio en el blanco. El Glotón temblaba como si estuviera hecho de gelatina. Ramón estaba sorprendido. Al igual que los fantasmas que presenciaron lo que acababa de suceder, el golpe tuvo efecto. Como si fuese un boxeador, Ramón levantó los puños, se puso en guardia y fue a por el siguiente golpe lleno de confianza. Pero esta vez no funcionó; su golpe no tenía peso, ni impulso, ni fuerza.
—¡Joder!—fue la última palabra de Ramón.
Las lenguas finas y largas como tentáculos del Glotón se envolvieron alrededor de su cuerpo, arrastrándolo más cerca. Sus gritos comenzaron tan pronto como las muchas bocas desgarraron su cuerpo. Los otros dos Glotones estaban entretenidos comiendo a los otros fantasmas, y después de comer lo suficiente, comenzaron a gritar; tras unos segundos de chillidos desesperados, se desgarraron y se duplicaron en número. Ahora seis Glotones recorrían la residencia de ancianos.
Shana perdió las ganas de correr, y mientras un Gloton se lanzaba hacia ella con sus muchas patas, miró hacia el techo y rezó a Dios. La atraparon, la devoraron y gritó de agonía como todos los demás antes que ella.
Los Glotones solo tardaron un minuto en comerse a todos. Ahora los seis monstruos se dirigían hacia los últimos cuatro fantasmas que quedaban. Poco a poco, Willy se había abierto camino hasta la parte trasera del grupo, y antes de que pudieran reaccionar, una extraña fuerza los empujó a todos hacia adelante.
John, Martín y Santana hicieron todo lo posible por evitar las lenguas y brazos de los glotones. Fue un esfuerzo inútil; los devoraron mientras gritaban y maldecían el nombre de Willy.
Willy utilizó la pequeña cantidad de tiempo que logró conseguir, sacrificando a los demás, para avanzar hacia su objetivo. Estaba a unos pocos centímetros de la columna de la pared. Mientras hubiera electricidad en el sistema de las calles, ese lugar sería seguro. Una lengua se envolvió alrededor de su brazo. Willy sonrió.
Usó algo de su energía, agarró la lengua, tiró de ella, corrió hacia adelante y llegó a su lugar seguro, arrastrando al Gloton con él. Al acercarse a la columna, el Glotón empezó a gritar. Willy tiró con aún más fuerza, acercando al monstruo aún más. Poco a poco, el Glotón comenzó a entrar en el cuerpo de Willy; sus ojos se volvieron negros y su rostro se distorsionó en una expresión de dolor. Los otros comensales habían terminado su comida. Los cientos de rostros en los monstruos miraron a Willy con confusión por un momento, pero cuando las muchas cabezas en el monstruoso bulto empezaron a comerse entre sí, dejaron de dudar y decidieron que Willy era una mejor comida.
Tan pronto como se acercaron a Willy y la columna, empezaron a gritar; Willy extendió su mano, tomó agarre y los atrajo hacia él. Uno tras otro, absorbió a todos los Glotones dentro de sí mismo. Su rostro se distorsionaba cada vez más; tras cerrar los ojos y relajarse un momento, su rostro volvió a mostrar una sonrisa y se alejó de la columna.
Había sufrido durante años; mantener a esos monstruos dentro de él día tras día era tan doloroso; las luces, la electricidad, el sol, le quemaban. Solo usar un poco de su energía para crear un apagón y dejar salir a esos monstruos de vez en cuando aliviaba su sufrimiento. Ahora que habían clausurado la edificación, tan pronto como se apagaron las luces y anocheció, desató a los monstruos descargándolos en las paredes del edificio… Aunque cada vez que los liberaba, tenía que luchar para volver a controlarlos; era algo necesario. Afortunadamente, esconderse dentro de él era lo único que los monstruos podían hacer para evitar la luz. Cuando la electricidad volvía y las luces se encendían, los monstruos corrían por instinto hacia la pared al final del pasillo en busca de refugio, atraídos por la distribución del metal y la electricidad en el edificio. Caían en la trampa una y otra vez. Circulaban dentro de las paredes hasta que Willy usaba una pequeña chispa de energía para atraerlos y encerrarlos dentro de su cuerpo espectral. Desde su habitación podía hacerlo todo sin levantar ninguna sospecha, porque nadie quería estar cerca de él. Para todos, Willy el llorón era un cobarde y un completo imbécil egoísta. Pasó años y años recolectando la energía de los vivos y los muertos, todo para este momento. Desafortunadamente, Elizabeth lo engañó; desperdició mucha energía a causa de eso, pero no importaba; aún le quedaba suficiente para completar sus planes.
—Hija de puta —dijo caminando hacia su habitación.