Capitulo 1: El Inicio

La ciudad de Frankfurt estaba sumida en el caos. Sirenas resonaban en las calles, los edificios temblaban y la gente corría aterrorizada. En el centro de la destrucción, una criatura monstruosa avanzaba con pasos pesados. No era un simple enemigo… era una aberración de guerra.

Con una altura que superaba los ocho metros, su presencia era tal que hacía temblar el suelo mismo. Su cuerpo era una amalgama de sombras densas y energía oscura, en constante movimiento. Cada vez que uno de los héroes lo atacaba, se regeneraba como si nada.

Frente a él, Felix, "El Alma Titánica", respiraba con dificultad. Había absorbido cientos de impactos, su cuerpo musculoso vibraba con la energía retenida. Sin embargo, no importaba cuánto poder almacenara, sus golpes apenas hacían tambalear al enemigo.

—Esto… no va a funcionar —gruñó, viendo cómo la criatura ni siquiera parecía sentir daño real.

El resto de los héroes ya estaban fuera de combate. Algunos heridos, otros desmayados por la intensidad de la batalla. La desesperación crecía entre los civiles que miraban desde la distancia.

Pero entonces, el sonido de pasos resonó en el suelo destruido. Pasos firmes. Inquebrantables.

—Descansa, Felix. Yo me encargo.

El aire mismo pareció volverse más liviano cuando Siegfried, "El Invicto", entró en la escena.

Su sola presencia trajo alivio. No llevaba armadura porque su piel misma era impenetrable, reluciendo como acero bajo las llamas oscuras de la ciudad en ruinas. Su cabello rubio, cuidadosamente peinado, caía con elegancia, contrastando con la oscuridad a su alrededor.

La bestia oscura giró su rostro sin forma hacia el recién llegado. No tenía ojos, pero su presencia letal se intensificó. La criatura sabía que este enemigo era diferente. 

Con un rugido ensordecedor, extendió sus extremidades sombrías y lanzó una lluvia de proyectiles oscuros. Cada uno de esos ataques había destrozado edificios y dejado a otros héroes fuera de combate en un instante.

Pero Siegfried no se movió. 

BOOM. BOOM. BOOM.

Las explosiones envolvieron su cuerpo, levantando una nube de polvo y escombros. Los civiles contuvieron la respiración. ¿Había caído?

Cuando el humo se disipó… 

Siegfried estaba ahí. De pie. Sin un solo rasguño. 

Los proyectiles no le habían hecho absolutamente nada. Era una muralla impenetrable.

Felix dejó escapar una risa entrecortada. 

—Siempre robándote el espectáculo… 

Siegfried estiró su cuello, como si estuviera calentando antes de un entrenamiento. 

—Esto no me tomará mucho —dijo con una sonrisa confiada—. Tengo una reunión dentro de poco.

La bestia rugió con furia y se lanzó sobre él con todas sus fuerzas. Su velocidad era sobrehumana, una sombra deslizándose a través del suelo como un relámpago negro. 

Pero antes de que pudiera alcanzarlo… 

Siegfried desapareció.

Los ojos de Felix se abrieron con sorpresa. 

—¡Es más rápido…! 

En un instante, el héroe había atravesado la distancia con un solo paso, quedando justo frente a la criatura antes de que esta pudiera reaccionar. 

 

Y entonces… golpeó.

El impacto fue devastador. 

El suelo se agrietó en un radio de varias calles, ondas de choque se expandieron por la ciudad, y la bestia fue lanzada por los aires como si no pesara nada. Su forma oscura se retorció, fragmentos de energía negra se desprendieron de su cuerpo, y por primera vez… no se regeneró al instante. 

—Ni siquiera fue un desafío para él. —exclamó uno de los héroes heridos, con asombro en su voz.

Felix sonrió. 

—Por supuesto... Es Siegfried.

La bestia, debilitada, trató de recomponerse. Su energía fluctuaba de manera errática. **Nunca había sufrido un golpe así.

Siegfried giró su muñeca, preparando el segundo ataque. 

—Se acabó. 

En un parpadeo, desapareció y reapareció justo sobre la criatura. Su puño descendió con la fuerza de un meteoro.

¡BOOM!

El golpe final impactó directamente en el centro de la bestia, haciendo que su cuerpo de sombras se fragmentara en miles de pedazos. La energía oscura se dispersó en todas direcciones, como si la misma existencia del monstruo fuera borrada de la realidad.

En cuestión de segundos… no quedaba nada.

Un silencio sepulcral cubrió la ciudad. 

Luego, como si alguien hubiera encendido una chispa, los gritos de júbilo estallaron. 

—¡Siegfried! ¡Siegfried! ¡Siegfried!

El héroe simplemente agradeció y dejó escapar una sonrisa.

Los héroes heridos estaban felices, los civiles vitoreaban y Felix, todavía sentado en el suelo, miró a su amigo con una expresión seria. 

—Siegfried… ¿qué demonios eres?

—Solo un héroe. Como tú, Felix.

Felix sintió un escalofrío. No era solo su fuerza. Era la forma en que había golpeado a la criatura, la velocidad que había demostrado…

Todos conocían el poder de Siegfried. Pero nadie sabía por qué era tan fuerte.

Y Siegfried… jamás lo diría. 

Por ahora, todo lo que importaba era esto: 

El Invicto había vencido otra vez.

Y mientras él estuviera ahí, Alemania jamás caería.

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El mundo había cambiado después de la batalla en Frankfurt. Las imágenes de Siegfried derrotando a la aberración oscura recorrieron cada rincón del país. No solo había salvado la ciudad, había demostrado que, mientras él estuviera allí, Alemania jamás caería.

Para muchos, fue un símbolo de esperanza. Para otros, una muestra de lo inalcanzable que era el poder del Invicto.

Pero para un joven héroe en particular, aquel evento lo significó todo.

Daren observó la repetición de la transmisión una y otra vez. Cada golpe, cada movimiento de Siegfried, la forma en que enfrentó el peligro sin dudar… ese era el héroe que él quería ser.

—Daren, ya es hora —llamó Sira, su compañera de equipo. 

Se encontraban en una base de entrenamiento, preparando su primera misión real. Derrotar a un enemigo que había aterrorizado una ciudad en las cercanías. No era nada comparado con lo que Siegfried había enfrentado, pero era su primer paso como héroes. 

El joven se puso de pie, con la determinación brillando en sus ojos. 

—Esta misión será fácil —dijo con una sonrisa confiada. 

Él no era Siegfried. No aún. Pero algún día… sería un héroe digno de luchar a su lado. 

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El grupo de jóvenes héroes avanzaba con paso firme hacia la misión. Aunque eran principiantes, confiaban en sus habilidades.

Daren, el líder, marchaba al frente.

—Este tipo no será problema, lo derrotaremos en un par de horas. —dijo con una sonrisa confiada. 

Los otros asintieron, confiados, Llevaban tiempo entrenando juntos y conocían bien sus fortalezas y debilidades. A su lado avanzaban:

Sira, la curandera, que lo miró de reojo, preocupada. Su poder aún no estaba completamente bajo control.

Joarin, que podía manipular el terreno, marchaba cerca de ellos, también confiado en sus habilidades.

Varek, el más joven, con la habilidad de volverse invisible, aunque aún sin control sobre ella.

El grupo avanzaba con paso firme a través del espeso bosque, el sol ya casi oculto. Se rumoraba que el enemigo poseía una fuerza impresionante. Sin embargo, confiados en sus entrenamientos y habilidades, los jóvenes héroes no dudaban de su éxito. Aunque principiantes, sentían que esta misión sería su prueba de fuego, la oportunidad para demostrar que podían enfrentar cualquier desafío.

—Silencio —susurró Daren, señalando. No queremos que nos detecten.

Sira, la curandera, avanzaba detrás de él, su rostro sudaba. Las manos le temblaban ligeramente al recordar las veces que su magia se había desbordado sin control. "Debo estar lista," se repetía mentalmente. 

De repente, un ruido rompió el silencio.

—¡Allí! —Daren señaló, y el grupo se adentró en el bosque hasta llegar a una explanada. Allí, los esperaba su enemigo.

Era enorme, con una armadura que parecía hecha de roca y carne, y sus ojos brillaban con una luz amarilla. La criatura rugió, temblando el suelo.

—Este es nuestro momento —dijo Daren, sacando su espada. Manténganse unidos. ¡Lo derrotaremos!

La criatura se lanzó al ataque con una velocidad inesperada.

Joarin reaccionó al instante, extendiendo una mano hacia el suelo. Las partículas de tierra a su alrededor vibraron y, con un rápido movimiento, levantó una muralla de arena endurecida para frenar el ataque. Pero la bestia la atravesó con brutalidad, enviándolo al suelo con un golpe devastador.

Sira corrió a su lado, intentando curarlo, pero su magia aún era inestable.

Varek intentó rodear al enemigo usando su invisibilidad, pero la ansiedad hizo que su poder fallara. La criatura lo detectó de inmediato y lo lanzó contra un árbol.

—Esto está saliendo mal… ¡Maldita sea! —pensó Daren, esquivando un zarpazo. Siegfried habría acabado con esto en segundos…

Daren no se rindió. Analizó los movimientos del enemigo y encontró un punto débil.

—¡Joarin, levanta polvo! ¡Varek, prepárate!

Joarin, adolorido, levantó las manos y creó una tormenta de polvo que cegó momentáneamente al monstruo.

—¡Ahora! —gritó Daren.

Varek, aprovechando la distracción, desapareció por completo. Con un golpe certero de su cuchilla, atravesó la parte trasera del cuello de la criatura.

El monstruo rugió, debilitado, y finalmente cayó.

El grupo permaneció en silencio, respirando con dificultad. Habían logrado la victoria, pero no sin consecuencias.

—Lo logramos —susurró Joarin, limpiándose el sudor y la tierra de la frente.

Pero en ese instante, el aire cambió.

El calor se volvió sofocante, el oxígeno escaseó. La piel de los héroes se humedeció con sudor frío. Algo estaba mal.

Daren, aún con la adrenalina corriendo por su cuerpo, se dispuso a dar unas palabras de alivio, cuando—

El sonido de la carne quemándose perforó el silencio.

El mundo se volvió borroso.

Unas manos invisibles lo tomaron por el cuello. No sintió el golpe, no vio al atacante, solo el ardor recorriendo su piel. Un fuego lo consumía por dentro. Intentó gritar, pero su voz no salió.

El resto del grupo no entendió lo que sucedió hasta que vieron la cabeza de Daren rodar por el suelo.

Solo entonces vieron la figura entre las sombras.

Sus ojos, brillando como el fuego, reflejaban las llamas que consumían el cuerpo de Daren a su alrededor, mientras los observaba en silencio, una sonrisa burlona curvando sus labios. Su cabello, del mismo tono rojizo, flotaba levemente con el calor que lo rodeaba.

El miedo los paralizó.

Observándolos con calma, disfrutando de su miedo. No dijo nada por un momento. Luego, rompió el silencio con una palabra, dicha con una calma perturbadora y un tono de burla.

—Hola —dijo, como si no fuera más que un saludo casual.

La figura camina con calma, como si la muerte que acababa de impartir no significara nada.

Con un paso lento pero seguro, avanza hacia ellos.