—¡Hermana! —gritó Reitan cuando Soleia aterrizó sobre él.
Ella había estirado su mano en el último segundo, la palma raspando contra el áspero suelo de piedra, causando que su piel se desgarrara y la sangre fluyera. Sin embargo, eso al menos evitó que su peso completo cayera sobre el ya lesionado niño.
—No olviden —continuó Florian, hablándole a los hombres que había traído consigo—, su pequeño perro guardián no está presente. La Princesa está sola. ¿A quién va a llamar llorando? ¿A su padre? El Rey me favorece más a mí de lo que le importa ella.
Arrodillándose, Florian agarró un puñado del cabello de Soleia, haciendo que ella diera un respingo de dolor. Sus manos automáticamente se alzaron para sostener su cuero cabelludo, pero Florian había usado tanta fuerza que no tuvo más remedio que inclinar su cabeza hacia arriba junto con sus movimientos.