—Princesa Soleia, ¿por qué estás durmiendo aquí? —preguntó preocupado Ralph mientras sacudía suavemente el hombro de Soleia.
—Ay, mi cuello... —Se quejó Soleia, frotándolo con cuidado, con las manos en su rostro por el brusco despertar, antes de darse cuenta de que tenía un doloroso torcicuello por dormir incómodamente en el sofá.
—¿Princesa? —preguntó Sir Ralph, y Soleia se dio cuenta de que, además de preocupación, podía detectar un leve disgusto en sus ojos. Solo pudo parpadear sorprendida.
—¿Ha ocurrido algo?
—Tú deberías ser la que responda esa pregunta —dijo Sir Ralph, cruzando sus brazos—. ¿Por qué no estás durmiendo en tu cama? ¿Por qué estaba tu puerta abierta?
—Debí haberme quedado dormida. Iba al hospital, pero luego me cansé. No te preocupes tanto, ¡me sentí mucho mejor después de mi siesta! —dijo Soleia, tranquilizando rápidamente a Sir Ralph, cuyo ceño se volvió todavía más pronunciado con sus palabras.