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—¿Estás tan terriblemente aburrido que estás proponiéndole esto a una mujer que ya se ha casado dos veces? —Soleia apenas ocultó la leve expresión de disgusto que cruzó su rostro ante las palabras del Príncipe Ricard—. Por favor, sal de mi habitación en este instante.

Señaló la puerta con un dedo. El Príncipe Ricard suspiró dramáticamente y levantó las manos al aire.

—¿Qué tiene mi hermano que yo no tengo? Sé que no estás con él, pero aun así. Creo que merezco una oportunidad, al menos. Seguramente estamos a la par en términos de apariencia, habilidad relativa...

—Mis oídos duelen cuando te escucho hablar —dijo Soleia con frialdad. A propósito agregó una frase más en un tono más alto, por si Rafael estaba al alcance del oído—. Y estás muy equivocado. Amo a tu hermano con tanta pasión. Nunca lo dejaría.