Práctica

Rafael parecía estar en guerra consigo mismo. Miró el montón de monedas de oro, que relucían en sus manos, antes de suspirar finalmente.

—¿Para qué necesitas siquiera dinero? ¿O la bolsa, para eso? —preguntó Rafael—. Puedo traerte lo que desees. Solo tienes que pedírmelo. Además, nunca vas a usar esto.

—¿Porque no voy a dejar el palacio, ¿es eso? —dijo Soleia. Su mirada se oscureció mientras apartaba la vista de Rafael.

Al instante, los ojos de Rafael se abrieron de par en par al darse cuenta de lo que acababan de implicar sus palabras.

—¡No! ¡No, eso no fue lo que quise decir! —trató de decir rápidamente.

Colocó las monedas de vuelta en la bolsa y la dejó a un lado. Con las manos libres, sostuvo suavemente a Soleia por sus brazos superiores, inclinándose para poder mirarla a los ojos.

—Solo quiero decir que es mi deber como tu esposo proveer para ti. Quiero que puedas depender de mí.

Sus ojos titilaron, concediéndole un segundo antes de apartar la mirada una vez más.