Rebelión contra el Cielo - Part 5

Capítulo 5: El Heraldo y la Bestia

Desde las sombras emergió una abominación que desafiaba toda lógica y naturaleza. Su piel ennegrecida por la putrefacción se resquebrajaba en múltiples llagas supurantes, de las que manaba un pus amarillo y viscoso. Su cuerpo era una amalgama de carne corrompida: brazos largos y nudosos, una pierna más corta que la otra, lo que le confería un andar tambaleante pero inquietantemente ágil. De sus dedos anormalmente largos y ganchudos rezumaba un líquido negruzco que apestaba a muerte y descomposición.

Pero lo más perturbador era su rostro… o la ausencia de uno. Su cabeza, desproporcionada, estaba dominada por una boca descomunal que se abría en una mueca grotesca, dejando entrever hileras irregulares de dientes afilados como cuchillas de obsidiana. No tenía ojos, pero en su lugar, una constelación de orbes rojos y viscosos parpadeaba sin orden aparente, como si intentaran mirar en todas direcciones al mismo tiempo.

Ryuusei sintió un escalofrío recorrerle la espalda. A su lado, Aiko, pequeña pero indómita, alzó la mirada con determinación. Haru, de mente aguda y precisa, escrutaba los movimientos de la criatura con ojo analítico. Daichi, el más callado del grupo, se posicionó con firmeza, listo para la batalla. Kenta, por su parte, sonrió con nerviosismo y murmuró:

—Bueno… eso fue jodidamente rápido.

El suelo retumbó cuando la bestia, a pesar de su deforme apariencia, se movió con una velocidad inverosímil. Sin previo aviso, sus tentáculos, recubiertos de espinas y negrura, se precipitaron hacia ellos con la violencia de una tormenta desatada. Ryuusei apenas tuvo tiempo de reaccionar, rodando a un lado mientras las garras de la criatura desgarraban el aire donde había estado un instante antes. Kenta esquivó por puro instinto, jadeando entre cada movimiento. Haru, con su precisión letal, desenfundó un par de dagas y atacó con golpes calculados, desgarrando la putrefacción de la bestia. Daichi, impasible y concentrado, descargó un brutal golpe en su costado.

Pero el horror apenas comenzaba.

El aire se tornó denso, como si el mundo mismo contuviera la respiración. Desde la penumbra emergió una nueva silueta: alta, imponente, un abismo de oscuridad hecho carne. Su presencia devoraba la luz, transformando la atmósfera en un vórtice de desesperanza. Sostenía en una de sus gélidas manos una espada colosal, de filo negro y goteante de un líquido pegajoso que corroía el suelo donde caía.

Era el Heraldo de la Destrucción.

Los músculos de Ryuusei se tensaron, y por primera vez sintió la certeza de que estaba al borde de un destino sellado. Los múltiples ojos del Heraldo se fijaron en él, brillando con un fulgor carmesí que parecía mirar más allá de su carne, directamente a su alma. Aiko, con un hilo de voz, susurró:

—Ryuusei...

El Heraldo no necesitó más palabras. Levantó su titánica espada y la señaló hacia él. No hubo gritos, ni discursos. Solo un mensaje silencioso: el combate estaba a punto de comenzar.

Apretando con fuerza sus martillos, Ryuusei inhaló profundamente. La adrenalina ardía en su sangre. Giró el arma en sus manos, sintiendo su peso con cada latido acelerado de su corazón. A su alrededor, sus compañeros se prepararon para lo inevitable.

La batalla por sus vidas había comenzado.