Rebelión contra el Cielo - Part 6

Capítulo 6: El Juicio del Heraldo

Ryuusei sintió cómo su respiración se volvía errática. Su pecho se agitaba con cada inhalación, y su corazón latía con una urgencia desesperada. No era solo el cansancio lo que entorpecía sus movimientos ni la falta de dominio sobre su técnica lo que lo hacía dudar. No.

Era algo más.

Era una sentencia.

La Muerte, cansada de este juego, había enviado primero a la bestia, una abominación que devoraba todo a su paso, una pesadilla encarnada en carne y desesperación. Y ahora… ahora, había enviado al Heraldo.

El Heraldo de la Muerte.

La confirmación de que todo debía terminar.

Su cuerpo se negaba a moverse. Su respiración se volvió errática. No por el agotamiento. No.

Era miedo.

El Heraldo no pronunció palabra. No emitió juicio ni aviso. Simplemente, avanzó con una calma absoluta, la espada oscura erguida en sus manos, como si el destino ya estuviera escrito, como si Ryuusei ya estuviera muerto.

Y quizá lo estaba.

Algunos valientes intentaron enfrentarlo. No duraron ni un segundo. Un solo movimiento, un tajo seco en el aire, y cayeron sin vida antes de poder tocar el suelo. La espada del Heraldo cortaba algo más que carne: cortaba la esperanza.

Ryuusei lo vio todo. Sintió la muerte danzar a su alrededor y, con los latidos tamborileando en su pecho, sus piernas al fin respondieron. Se lanzó hacia un costado, sintiendo cómo la guadaña silbaba en el aire y le rozaba el cabello. Antes de que el Heraldo pudiera reaccionar, activó sus dagas de teletransportación y reapareció detrás de él. Con un grito ahogado, blandió sus martillos de guerra con todas sus fuerzas, apuntando a la armadura negra como la noche.

Y entonces, el Heraldo simplemente giró la cabeza.

Dos orbes resplandecientes brillaban tras su yelmo, inhumanos, carentes de cualquier emoción. Con un movimiento casi perezoso, el Heraldo extendió un brazo y atrapó a Ryuusei en el aire.

Luego, lo lanzó con la facilidad de quien desecha algo sin valor.

El impacto contra el suelo le arrebató el aliento. El mundo giró en un torbellino de polvo y sangre mientras rodaba por el suelo. Su cuerpo ardía con un dolor que no podía siquiera medir. Trató de incorporarse, pero sus brazos temblaban. Tosió, y sintió la sangre caliente en su lengua.

Los pasos del Heraldo resonaban, lentos, constantes, implacables. Ryuusei trató de levantarse. Su cuerpo no respondió.

No era solo la herida. Era el miedo.

La visión de Ryuusei se nubló. Su corazón latía con un ritmo irregular. Un vacío helado le oprimía el pecho. Sus manos estaban empapadas en su propia sangre, y su mirada, antes llena de fuego, ahora solo reflejaba un pánico sofocante.

Voy a morir.

No como un héroe. No como un guerrero legendario. No como alguien que luchó hasta el final.

No.

Voy a morir.

El Heraldo se detuvo. Su espada negra, erguida sobre él, no descendió. No terminó el juicio de inmediato. En su lugar, ladeó ligeramente la cabeza, como si acabara de notar algo.

Su mirada se posó en las armas de Ryuusei.

Los martillos de guerra. Las dagas de teletransportación.

Sus orbes centellearon con algo… una sombra de reconocimiento. Luego, sin cambiar su expresión inmutable, giró la cabeza hacia el horizonte. La oscuridad misma parecía retorcerse en ese punto, como si algo más allá del entendimiento humano estuviera observando desde la negrura.

Un susurro escapó de los labios del Heraldo. Palabras guturales, antiguas, que no pertenecían a este mundo.

Y entonces, con la misma calma con la que había llegado, bajó su espada.

Se giró una última vez hacia Ryuusei, y sin siquiera dignarse a pronunciar un veredicto, se sentó a pocos metros. 

La Muerte debía ser informada.

Y Ryuusei...

Ryuusei aún no entendía por qué seguía con vida.