Rebelión contra el Cielo - Part 7

Capítulo 7: Llamas de rebelión

El viento silbaba entre los escombros mientras Aiko se tambaleaba, su cuerpo cubierto de heridas y su respiración entrecortada. El dolor era un fuego ardiente en sus venas, pero su determinación era una llama mucho más fiera.

Daichi, Kenta y Haru la rodeaban como depredadores acechando a su presa. Había sangre en sus armas, su sangre. Y, sin embargo, ella sonrió. Una sonrisa torcida, desafiante, que hizo que Kenta frunciera el ceño con molestia.

—Sigues sonriendo —escupió Kenta, apretando los puños alrededor del mango de sus guadañas—. ¡Eres una maldita cucaracha!

Sin previo aviso, Kenta saltó hacia ella con ambas guadañas descendiendo en un arco letal. Aiko apenas tuvo tiempo de reaccionar. Rodó hacia un lado, sintiendo el filo de una de las hojas rozar su brazo derecho, desgarrando la piel. El ardor era insoportable, pero no tenía tiempo de pensar en eso. Usó el impulso de su caída para tomar una roca del suelo y lanzársela a Kenta. No fue un golpe fuerte, pero bastó para hacerlo perder el equilibrio por un segundo.

Un segundo era todo lo que necesitaba.

Aiko se impulsó con la fuerza que le quedaba y conectó un codazo directo a la mandíbula de Kenta. Un crujido seco resonó en el aire cuando su cabeza se echó hacia atrás por el impacto. La furia en sus ojos era casi demoníaca.

—¡Maldita sea, Aiko! —rugó, limpiándose la sangre de la boca con el dorso de la mano.

Pero antes de que pudiera devolver el golpe, una flecha silbó en el aire y Aiko apenas pudo girar su torso a tiempo. La punta se clavó en su costado izquierdo. El dolor fue tan agudo que casi cayó de rodillas. La respiración se le entrecortó. Haru sonrió con satisfacción.

—Tienes agallas, pero eso no es suficiente —dijo el arquero, preparando otra flecha.

Daichi no perdió tiempo. Su lanza brilló con un resplandor siniestro cuando la elevó sobre su cabeza, dispuesto a dar el golpe final.

(Pero entonces, el aire cambió.)

Aiko sintió un calor recorrer su cuerpo. No era solo adrenalina. Era algo más. Algo antiguo. Algo peligroso. Una fuerza que resonaba en su pecho, como si estuviera respondiendo a su desesperación, a su furia.

Los ojos de Aiko brillaron con un fulgor escarlata.

Antes de que la lanza descendiera, Aiko movió su cuerpo con una rapidez que ni ella misma esperaba. Se giró en un ángulo imposible y, con una fuerza brutal, atrapó la lanza con su mano derecha. La piel de su palma se rasgó, la sangre corrió por su brazo, pero ella no soltó el arma.

—¡No puede ser! —exclamó Daichi, tratando de liberarse, pero Aiko apretó los dientes y jaló la lanza con un tirón feroz.

El cuerpo de Daichi se inclinó hacia ella y, antes de que pudiera reaccionar, Aiko giró sobre su eje y clavó su rodilla en su estómago. Un gruñido ahogado escapó de los labios de Daichi mientras su cuerpo era lanzado hacia atrás. No pudo evitar caer de espaldas, rodando por el suelo.

Haru soltó una maldición y disparó otra flecha, pero Aiko la desvió con un manotazo. Sus movimientos eran más rápidos, más precisos. Era como si algo dentro de ella hubiera despertado.

Kenta, con la rabia nublando su juicio, se lanzó hacia ella con un grito de batalla, sus guadañas trazando arcos letales en el aire. Pero Aiko ya no era la misma que minutos atrás había estado al borde de la derrota.

Se agachó en el último segundo, evitando ambas hojas. Luego, con un giro veloz, conectó un puñetazo directo a la garganta de Kenta. El impacto lo hizo retroceder, tosiendo y llevándose las manos al cuello.

—¡Qué demonios está pasando! —gritó Haru, sus ojos abiertos por la sorpresa.

Aiko sintió el ardor en su cuerpo intensificarse. Sus heridas seguían allí, pero el dolor había desaparecido. Su sangre hervía con una energía que nunca antes había sentido. ¡No, no era normal! ¡Esto era algo más!

—Me subestimaron —susurró, su voz más grave, más afilada.

Daichi, Kenta y Haru intercambiaron miradas. Por primera vez, una sombra de duda se instaló en sus ojos. Algo había cambiado en Aiko, y no estaban seguros de que esta vez pudieran vencerla.

La cacería había cambiado de cazadores a presas.

Aiko dio un paso al frente, con el viento agitando su cabello ensangrentado. Su mirada ardía con un brillo feroz mientras sus enemigos retrocedían, sintiendo por primera vez el sabor del miedo.

—Mi turno —susurró.

Y con eso, se lanzó a la carga.

Continuará...