Capítulo 14 - El Peso del Destino y la Trascendencia del Poder
El viento susurraba entre las sombras, como si el mismo universo aguardara la respuesta de Ryuusei. Sus pensamientos se enredaban en un torbellino de dudas, atrapados entre la verdad y el miedo. Miró al anciano con ojos cargados de incertidumbre.
—Hablas como si yo fuera más que un simple guerrero… Como si mi existencia tuviera un propósito mayor. Pero dime, ¿qué pasa si todo esto no es más que una ilusión? ¿Si el destino es solo una mentira que nos contamos para darle sentido a lo inevitable?
El anciano dejó escapar una leve risa, su voz áspera pero llena de una sabiduría que solo los siglos pueden conceder.
—¿Y qué importa si lo es? —respondió, apoyando ambas manos en su bastón—. ¿Crees que los imperios caen porque su destino estaba escrito? ¿Crees que los héroes nacen con sus nombres grabados en el viento? No, muchacho. Lo que nos define no es lo que está predestinado, sino lo que elegimos hacer con la incertidumbre.
Ryuusei frunció el ceño, sus pensamientos navegando en un océano de contradicciones.
—Si todo depende de la elección… entonces aquellos que destruyen también tienen derecho a hacerlo. Si no hay destino, ¿qué los diferencia de aquellos que construyen?
El viejo inclinó la cabeza, como si saboreara la pregunta antes de responder.
—La diferencia es el propósito. Un hombre puede destruir para satisfacer su odio, o para liberar algo nuevo. Un hombre puede construir para alimentar su ego, o para dar esperanza. No hay actos buenos o malos en sí mismos, solo la intención detrás de ellos. El poder sin propósito es solo un grito en la tormenta… pero el poder guiado por un ideal puede cambiar el curso de la historia.
Ryuusei sintió un nudo en la garganta. Sus manos, capaces de destruir, también podían proteger. Su furia, canalizada en batalla, podía ser transformada en algo más.
—Pero el poder corrompe —murmuró—. ¿Cómo puedo asegurarme de que no terminaré convirtiéndome en lo que juré destruir?
El Heraldo lo miró fijamente, su expresión cargada de gravedad.
—El poder no corrompe, Ryuusei. Solo revela. Muestra quién eres en lo más profundo de tu ser. Si en tu corazón hay ira, entonces con el poder serás un tirano. Si en tu corazón hay duda, entonces con el poder serás un esclavo de tu propio miedo. Pero si en tu corazón hay amor… entonces con el poder serás un faro para otros.
Ryuusei sintió un escalofrío. Jamás había visto el poder de esa forma. Siempre lo había considerado una carga, un arma, una herramienta para sobrevivir. Pero… ¿y si pudiera ser algo más?
—¿Y qué hay de la muerte? Dijiste que podría desafiarla. ¿Es eso siquiera posible?
El anciano sonrió con tristeza.
—La muerte no es solo el fin de la vida. Es el olvido, es el miedo, es la sombra que se cierne sobre cada uno de nosotros. Pero lo que hace a un hombre inmortal no es su carne, sino su legado. Ryuusei, la verdadera batalla no es contra la muerte, sino contra la irrelevancia. Pregúntate a ti mismo… cuando te vayas, ¿qué quedará de ti?
Ryuusei sintió que su pecho se apretaba. Nunca había pensado en eso. Siempre había creído que la victoria era el fin último, que derrotar a sus enemigos era suficiente. Pero ahora entendía… que la guerra no era el final. Solo era el comienzo de algo más grande.
—Entonces… si el destino no está escrito, si la muerte no es el verdadero enemigo… ¿qué es lo que debo hacer?
El anciano se inclinó hacia él, sus ojos grises resplandeciendo bajo la luna.
—Crea algo que perdure. No importa si es un reino, una idea, una historia o una promesa. Lo único que importa es que cuando te vayas, el mundo sea un poco mejor porque tú exististe.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire. Ryuusei miró al anciano, pero antes de que pudiera decir algo más… el viejo sonrió con serenidad y, como una sombra disipándose en el amanecer, desapareció.
Ryuusei se quedó solo bajo la luz de la luna, pero esta vez… no se sintió perdido. Por primera vez en su vida, tenía algo que ni la guerra, ni el miedo, ni la muerte podrían arrebatarle.
Una elección.
Un propósito.
Un futuro.
Y con el corazón más ligero que nunca, dio media vuelta y regresó al camino que lo llevaría a su destino. No como un guerrero. No como un monstruo. Sino como un creador de su propia leyenda.