Capítulo 13: Heraldo
Ryuusei caminaba solo bajo el cielo nocturno, escapando por un instante de su destino marcado por la batalla y el caos. La luna, bañada en un resplandor plateado, parecía observarlo con la misma incertidumbre que él sentía en su interior. Se alejaba del campo de entrenamiento, de las voces que clamaban por su poder, y buscaba respuestas en la soledad.
Fue entonces cuando lo vio. Un anciano, vestido con ropajes andrajosos, pero con un aura que irradiaba un conocimiento insondable. Era un Heraldo, pero distinto a los demás. Sus ojos, de un gris tormentoso, parecían haber visto el nacimiento y la caída de imperios. Sonrió con una mueca de complicidad y, sin preámbulos, le habló.
"Hijo del Ying-Yang, ¿qué buscas en la penumbra?"
Ryuusei frunció el ceño. "No busco nada. Solo… necesitaba pensar."
El viejo soltó una carcajada áspera. "Los que dicen que no buscan nada, son los que más preguntas tienen. Dime, muchacho, ¿qué ves cuando te miras al espejo? ¿Un guerrero? ¿Un monstruo? ¿Un salvador?"
Ryuusei bajó la mirada. "A veces creo que soy todas esas cosas. O ninguna. Siento que cada paso que doy me arrastra más a un destino que no sé si deseo."
El Heraldo asintió lentamente. "La ira es un río que arrastra incluso a los más fuertes. Y el poder sin propósito es solo destrucción sin sentido. Tú tienes algo que pocos tienen: la elección." El viejo le miró con intensidad. "Podrías ser el destructor de mundos, la tormenta que consume todo a su paso. Pero también podrías ser el arquitecto de una era de paz."
Ryuusei apretó los puños. "¿Paz? Con estos poderes, solo veo guerra y sufrimiento."
El viejo sonrió con tristeza. "Porque aún ves el mundo como te lo han mostrado. Pero la paz no es solo la ausencia de guerra, sino la construcción de algo más grande que el miedo y la venganza. Con tus habilidades, podrías crear un refugio, un nuevo orden… podrías tener seguidores, guiar a los que han perdido el rumbo."
Ryuusei lo observó con escepticismo. "¿Y crees que es tan fácil? ¿Que simplemente puedo alzar una bandera y todos me seguirán?"
El anciano negó con la cabeza. "No será fácil. Nada que valga la pena lo es. Pero dime, Ryuusei, ¿qué sería más grandioso: derrotar a la muerte en una batalla sin sentido, ¿o crear un mundo donde la muerte misma se vuelva irrelevante?"
Los ojos de Ryuusei se abrieron con asombro. "¿Derrotar a la muerte…?"
"Sí, muchacho. Algún día podrías hacerlo. No con violencia, sino con la trascendencia de la humanidad misma. La muerte ha reinado demasiado tiempo, y tú… tú podrías cambiar las reglas del juego. Aunque sea por unas décadas, podrías darle al mundo un respiro, un amanecer sin sombras."
Ryuusei sintió un escalofrío recorrer su espalda. Por primera vez en su vida, alguien le hablaba no de guerra, sino de esperanza. "¿Y qué pasa si fallo?"
El viejo sonrió. "Fallarán aquellos que nunca lo intentaron. Pero tú… tú tienes en tu alma algo que pocos poseen: fe. No en los dioses, no en las profecías… sino en la posibilidad de algo mejor. En la humanidad misma."
Ryuusei guardó silencio. Miró sus propias manos, aquellas que habían empuñado armas y desatado caos, pero que también podían curar y proteger. Por primera vez, se preguntó si su destino estaba escrito en piedra… o si tenía el poder de tallarlo él mismo.
El anciano se puso de pie, apoyándose en su bastón. "Recuerda mis palabras, Ryuusei. No te dejes consumir por la ira. Construye. Inspira. Y cuando llegue el día en que debas enfrentar a la Muerte, hazlo no con odio, sino con amor."
Con un último vistazo, el viejo desapareció entre las sombras, dejando a Ryuusei con el peso de una revelación que cambiaría su vida para siempre.