Rebelión contra el Cielo - Part 17

Capítulo 17: Ruptura

Era un fin de semana tranquilo. Ryuusei ya no pensaba en venganza con la intensidad de antes. No porque el dolor hubiera desaparecido, sino porque había aprendido a dejarlo a un lado, a silenciarlo. Había encontrado refugio en los momentos sencillos: la brisa fría de la madrugada, el aroma del té recién hecho, el sonido de la lluvia golpeando la ventana. Pequeñas cosas que, aunque efímeras, le daban una sensación de calma.

Esa tarde, en la cocina, batía con delicadeza la mezcla para un postre. Se había aferrado a la rutina con la esperanza de que, si la repetía lo suficiente, el vacío dentro de él dejaría de sentirse tan grande. La calidez del hogar, el dulce aroma del azúcar derritiéndose, la textura suave en el bol… todo eso le hacía sentir que tal vez, solo tal vez, podía aspirar a una vida normal.

Miró el reloj y suspiró.

—Aiko, ahora vuelvo. Voy a comprar algunas cosas que me faltan.

Ella asintió con una sonrisa, sin notar la sombra en sus ojos.

Ryuusei salió a las calles de Tokio con un paso tranquilo. Por primera vez en mucho tiempo, no sentía prisa. Caminó sin rumbo fijo, disfrutando del viento frío en su rostro, de las luces parpadeantes de la ciudad, de la risa de los niños que jugaban en la acera. Se sintió… en paz. Aunque fuera por un instante.

Y entonces, lo vio.

Un restaurante iluminado. Ventanas de cristal. Gente reunida en mesas, compartiendo momentos.

Y allí, entre todos ellos, su familia.

El tiempo pareció detenerse. Su madre, con la misma mirada dulce y los gestos cuidadosos. Su padre, serio pero protector. Y sus dos hermanas, riendo juntas, como si nada hubiese cambiado. Como si él nunca hubiese existido.

Ryuusei sintió cómo su cuerpo se tensaba. Su respiración se volvió errática. Su corazón latía con tanta fuerza que dolía. Sus piernas se movieron antes de que pudiera detenerlas, antes de que pudiera preguntarse qué demonios estaba haciendo.

Cuando cruzó la puerta del restaurante, todo se volvió borroso. Se acercó a la mesa con pasos vacilantes, el sonido de la ciudad desvaneciéndose en el fondo.

—Mamá… Papá… —su voz salió más como un susurro, rota y temblorosa.

Su madre levantó la mirada.

Frunció el ceño.

Su padre entrecerró los ojos.

Sus hermanas intercambiaron miradas de desconcierto.

No lo reconocieron.

Ryuusei sintió cómo el aire abandonaba sus pulmones.

No era odio. No era rechazo.

Era peor.

Era el vacío.

La forma en la que su madre ladeó la cabeza con una leve inquietud, la tensión en la postura de su padre, la confusión en los ojos de sus hermanas… Ninguno de ellos veía en él al hijo que alguna vez tuvieron.

—¿Disculpa? —preguntó su madre con voz vacilante.

En ese instante, algo dentro de Ryuusei se rompió.

Quiso gritarles. Quiso abrazarlos. Quiso sacudirlos y obligarlos a recordarlo.

Pero lo único que hizo fue dar un paso atrás.

Y luego otro.

Su visión se nubló, el sonido de las voces se volvió un eco lejano. Salió del restaurante sin mirar atrás, sintiendo cómo su cuerpo se volvía cada vez más ligero, como si estuviera a punto de desaparecer.

Cuando finalmente se detuvo, estaba en un callejón oscuro.

Su respiración era errática. Sus manos temblaban. Su garganta se cerró, y por primera vez en años, dejó que las lágrimas cayeran.

—Mamá… papá… —su voz se quebró en el aire helado, un susurro ahogado que nadie escuchó.

Las lágrimas rodaban sin control, mojando su rostro, empapando su ropa.

Gritó.

Con rabia. Con dolor. Con la desesperación de un niño abandonado en un mundo que lo había olvidado.

Se derrumbó sobre sus rodillas, abrazándose a sí mismo como si intentara aferrarse a lo poco que quedaba de él. Pero no quedaba nada.

Las palabras del anciano resonaron en su mente.

"Debes elegir tu propósito, Ryuusei."

"La paz no es un destino, sino una elección."

"No dejes que el pasado te arrastre de vuelta."

Pero ¿qué paz podía haber cuando su propia familia lo había borrado? ¿Cómo podía seguir adelante cuando ni siquiera quedaba un lugar al que volver?

Se llevó las manos al rostro, apretando los ojos con fuerza, intentando contener el dolor. Pero no podía. No podía.

Poco a poco, las lágrimas se secaron. Su respiración se estabilizó.

Y en su pecho, donde antes había tristeza, solo quedó un vacío insondable.

Se puso de pie, tambaleándose un poco.

Miró sus manos.

Luego, miró la ciudad.

El mundo lo había olvidado.

Pero él se aseguraría de que lo recordaran.

Sacó su máscara del bolsillo de su abrigo. La sostuvo entre los dedos, mirándola fijamente.

No había ira en sus ojos. Solo determinación.

Caminó de regreso a su departamento. No con prisa. No con furia. Solo con certeza.

Cuando abrió la puerta, Aiko levantó la mirada, sorprendida por la expresión en su rostro.

—Ryuusei…

Él la observó en silencio por unos segundos.

—Prepárate —dijo con voz baja, inquebrantable—. Esta noche, volvemos a la caza.

Las llamas de la venganza no se encendieron de golpe. No fueron una chispa repentina.

Habían estado ahí todo el tiempo.

Solo estaban esperando el momento adecuado para arder.