Rebelión contra el Cielo - Part 18

Capítulo 18: Noche Oscura

La noche envolvía Tokio en su abrazo de sombras y luces parpadeantes. La ciudad no dormía, pero para Ryuusei el bullicio era un murmullo lejano, irrelevante, como el eco de una vida que ya no le pertenecía. Caminaba entre las calles iluminadas por el neón sin realmente verlas, sus pensamientos sumidos en la espiral oscura que lo había arrastrado hasta aquí.

Ya no había vuelta atrás.

No cuando su familia lo miró como a un extraño. No cuando entendió que, en el mundo, no hay lugar para los que dudan. La compasión, la esperanza, el intento de aferrarse a lazos rotos… Todo eso había muerto en el instante en que lo abandonaron.

—¿Entonces es definitivo? —preguntó Aiko, su voz sin inflexión. No era una duda, solo la confirmación de lo inevitable.

Estaba sentada en el viejo sofá de cuero, afilando sus armas con la precisión meticulosa de quien comprende el valor de cada instante antes de la batalla. Sus ojos reflejaban la luz de la ciudad que se colaba por la ventana, pero no mostraban emoción.

Ryuusei se colocó los guantes con calma, uno a uno. Luego, tomó la máscara que una vez había dejado atrás. La sostuvo por un segundo, sintiendo su peso. No era solo un trozo de cerámica. Era su verdadera cara, la única que el mundo merecía ver.

—Sí —dijo, y su voz sonó como un juicio inapelable—. Ya no hay dudas. Ya no hay espera.

Aiko no dijo más. Se limitó a levantarse y seguirlo. La puerta se cerró tras ellos sin hacer ruido.

Y la noche los devoró.

Kenta, Haru y Daichi caminaban juntos, como tantas otras veces. Un fin de semana más, una noche más en la ciudad. Riendo, bromeando, sintiéndose intocables bajo el resplandor de las luces. No sabían que ya no eran personas. Eran presas.

El peligro no llega con un rugido. Se desliza, se insinúa.

Fue un escalofrío recorriendo la espalda.

Fue la repentina sensación de que algo los observaba.

Daichi se detuvo primero.

—¿Sienten eso? —murmuró, con el ceño fruncido.

Kenta asintió, su instinto diciéndole lo mismo.

—Nos están observando —dijo Haru, girando la cabeza.

Desde la azotea, Ryuusei contemplaba la escena con una calma perturbadora. Sus dedos se deslizaron sobre la empuñadura de sus dagas, pero no hizo ningún movimiento.

Aiko se inclinó hacia él.

—Si no haces algo, escaparán.

Ryuusei la ignoró. Ni siquiera estaba seguro de qué significaba "escapar". ¿Escapar de qué? ¿De él? ¿O de lo que él representaba?

No era odio lo que sentía.

Era la certeza de que nada importaba.

Pero algo tenía que romper el silencio.

Un estruendo retumbó en el callejón. Metal chocando contra el concreto.

Daichi, impulsado por la curiosidad o quizás por la necesidad de desafiar el miedo, se adelantó unos pasos.

—Daichi, espera —advirtió Kenta.

Demasiado tarde.

Un movimiento veloz. Un destello de acero.

Daichi apenas sintió el filo abrirse paso entre su piel. Un corte limpio en la parte posterior de su rodilla lo hizo caer como un muñeco roto. No hubo gritos, solo el sonido de su carne desgarrándose y el eco sordo de su cuerpo golpeando el suelo.

Kenta y Haru se congelaron.

Y entonces, desde lo alto, cayó Ryuusei.

No como un asesino, ni como un demonio. Sino como un dios que había descendido para castigar a los que no sabían que eran insignificantes.

Su máscara reflejaba la luz de los faroles, un blanco inhumano entre la oscuridad. En su mano derecha, su daga aún goteaba la sangre tibia de Daichi.

No dijo nada. No tenía que hacerlo.

Haru intentó alzar su arco, pero su cuerpo no le respondía. Era como si su propio instinto de supervivencia se hubiera ahogado en la presencia de algo que no podía comprender.

Kenta, con la mandíbula apretada, desenvainó su arma y se colocó en guardia.

—¡¿Qué mierda estás haciendo, Ryuusei?! —rugió, con una mezcla de rabia y terror.

Ryuusei inclinó la cabeza. No por burla, sino como si realmente intentara encontrar la respuesta a esa pregunta.

—No lo sé —susurró.

Y entonces, actuó.

Kenta se lanzó primero, moviéndose con la agresividad de un animal acorralado. Su guadaña cortó el aire, buscando carne, pero Ryuusei se movió con la fluidez de algo que no pertenecía a este mundo.

El filo de la guadaña pasó a centímetros de su rostro. Con un movimiento mínimo, Ryuusei esquivó y dejó caer su daga.

El arma no cayó al suelo. Se hundió en el muslo de Kenta.

El impacto fue seco. Kenta no gritó de inmediato. Su cerebro tardó un segundo en procesar que su pierna ya no le respondía.

Haru reaccionó al fin y disparó una flecha.

Ryuusei la atrapó en el aire con la misma facilidad con la que uno atrapa una hoja al vuelo.

—¿Por qué se esfuerzan tanto? —susurró, su voz sin emoción.

Haru retrocedió, jadeando. Este no era Ryuusei.

No el Ryuusei que conocieron. No el amigo que una vez luchó a su lado.

Este era un abismo con forma humana.

Daichi se arrastró por el suelo, su pierna rota dejando un rastro oscuro en el pavimento.

—P-Por favor… —balbuceó, con la respiración entrecortada.

Ryuusei bajó la mirada.

—No es personal —dijo.

Y con un solo movimiento, le abrió la garganta.

No hubo un rugido de batalla. No hubo dramatismo. Solo la precisión quirúrgica de alguien que ya no diferenciaba entre cortar carne y cortar papel.

La sangre brotó caliente, salpicando el suelo como una lluvia carmesí.

Kenta, aún de pie, vio la escena con los ojos abiertos de par en par. Un grito quedó atorado en su garganta.

Haru no intentó otra flecha. Sabía que no serviría de nada.

¿Cómo detienes a alguien que no lucha por odio?

¿Cómo razonas con alguien que ya dejó de pertenecer a este mundo?

El silencio regresó.

Aiko, observando todo desde un rincón, cruzó los brazos y suspiró.

—Bueno, al menos ahora tienes algo que hacer con tu vida —murmuró.

Ryuusei se quedó quieto, mirando sus manos manchadas de sangre.

No sintió satisfacción. No sintió culpa.

Solo vacío.

Haru cayó de rodillas, con la mirada perdida.

—¿Por qué…?

Ryuusei lo miró por un instante.

No tenía una respuesta.

Se giró y se alejó, dejando a Kenta y Haru con un solo pensamiento en la cabeza.

¿Había manera de detenerlo?

O acaso... Ryuusei ya estaba más allá de la salvación.