Capítulo 23: El Resurgir de Ryuusei
El suelo seguía empapado de sangre. La respiración de todos era pesada, el aire denso con el hedor metálico de la muerte.
Aiko permanecía firme, su espada goteando sangre fresca, con una mirada de pura locura. Kenta, Daichi y Haru estaban al borde del colapso, apenas sosteniéndose en pie.
Y entonces, una risa.
Suave al principio. Débil. Pero poco a poco, fue creciendo, volviéndose más fuerte, más perturbadora.
Ryuusei se movió.
Su cuerpo, aún cubierto de heridas abiertas y sangre seca, se regeneraba lentamente. Se apoyó en un codo, su pecho subiendo y bajando con esfuerzo. Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida.
—¿Pensaron… que esto bastaba para acabar conmigo?
Aiko giró la cabeza hacia él.
—Ryuusei…
Él se incorporó con lentitud, tambaleándose, pero con la mirada más afilada que nunca. Cada músculo le ardía, su piel aún palpitaba de dolor, pero la adrenalina lo mantenía de pie.
—No pienso… caer todavía.
Su aura oscura resurgió, no tan intensa como antes, pero suficiente para hacer temblar el suelo.
Daichi, apoyado en su lanza, lo miró con incredulidad.
—No puede ser… ¿cómo sigue en pie?
Kenta apretó los dientes, aferrando sus guadañas con las pocas fuerzas que le quedaban.
—No lo sé… pero tenemos que acabar con él antes de que recupere más poder.
Ryuusei los escuchó y soltó una risa irónica.
—Intenten… pero esta vez… no me contendré.
Sus ojos brillaron con un resplandor espectral.
La masacre aún no había terminado.
Ryuusei se enderezó completamente, su cuerpo maltrecho, pero su sonrisa se ensanchó. Su aura oscura se expandió como una mancha de tinta derramándose en el aire.
Aiko lo observó con duda.
—Ryuusei…
Él giró la cabeza hacia ella y le dedicó una mirada fría, serena.
—Aiko… vete.
—¿Qué?
—Regresa a la mansión. Ve una serie, descansa… Yo me encargaré de esto.
Aiko dudó un momento, pero al ver su expresión, supo que discutir era inútil. Dio un paso atrás y, en un parpadeo, desapareció en la oscuridad.
Ryuusei suspiró, giró el cuello hasta que un crujido escalofriante resonó en el aire.
—Bien… ahora podemos divertirnos de verdad.
Kenta apretó los dientes y se lanzó hacia él con un grito desgarrador.
—¡MUERE, DESGRACIADO!
Su guadaña se movió con velocidad letal, buscando el cuello de Ryuusei.
Pero él no esquivó.
No lo necesitaba.
(Toque de la Entropía)
El filo de la guadaña tocó su piel… y comenzó a oxidarse. El metal ennegreció en segundos, desmoronándose en polvo. Kenta quedó paralizado por la sorpresa.
Y Ryuusei ya estaba en movimiento.
Con una velocidad aterradora, hundió los dedos en su estómago.
Los gritos de Kenta rasgaron el aire mientras Ryuusei retorcía su mano dentro de su abdomen, sintiendo cómo los órganos se desgarraban bajo su agarre. Con un tirón brusco, arrancó un puñado de vísceras y las dejó caer al suelo con un sonido húmedo.
—Vaya, Kenta… siempre pensé que tendrías más agallas.
Kenta cayó de rodillas, temblando, presionando su abdomen en un intento inútil de contener la sangre. Su piel palideció al instante.
Haru, con el rostro desencajado por el terror, levantó su arco y disparó con su última energía.
Ryuusei ni siquiera intentó esquivar.
La flecha impactó en su hombro, perforando su carne.
Él solo inclinó la cabeza, curioso.
—Interesante… pero insuficiente.
En un parpadeo, apareció frente a Haru.
(Distorsión del Destino)
El tiempo pareció retorcerse. Antes de que Haru pudiera reaccionar, ya estaba en el suelo.
Su pierna, cortada desde el muslo.
Su grito fue desgarrador mientras la sangre brotaba en torrentes.
Ryuusei sonrió y levantó su daga.
—Sabes, siempre pensé que hablabas demasiado, Haru.
De un tajo limpio, le rebanó la lengua.
Haru intentó gritar, pero solo logró soltar un gorgoteo de sangre.
Daichi, paralizado por el horror, apretó su lanza con desesperación.
—Ryuusei… esto no es…
Ryuusei lo miró con ojos vacíos de emoción.
—No te preocupes, Daichi… a ti te dejaré para el final.