Capítulo 29: EL Infierno de Daichi II
Ryuusei sonrió con calma al ver a Daichi temblar, su cuerpo sacudido por espasmos involuntarios. La sangre aún goteaba de su boca abierta, resbalando por su mentón en hilos oscuros.
—Vamos, dime algo —murmuró Ryuusei con diversión, girando las tenazas entre sus dedos—. ¿O ya no te queda aliento?
Daichi alzó la cabeza con esfuerzo, su mandíbula temblaba, pero su mirada ardía con un fuego inquebrantable.
—Vete a la mierda... —escupió entre dientes, dejando salir un chorro de sangre junto con sus palabras.
Ryuusei arqueó una ceja, relamiéndose los labios.
—Vaya, todavía tienes ganas de hablar —dijo con una sonrisa sádica—. Eso me encanta.
Sin previo aviso, le asestó un puñetazo brutal en la cara. Un crujido seco resonó cuando la cabeza de Daichi se estrelló contra la pared de concreto. Su visión parpadeó, una punzada de dolor recorrió su cráneo como una descarga eléctrica.
—¡Hijo de puta! —jadeó Daichi, escupiendo más sangre al suelo. Intentó moverse, pero las correas de cuero mordieron su piel con furia.
—Oh, Daichi… —susurró Ryuusei, deslizando una mano ensangrentada por su cabello empapado—. Qué adorable eres cuando amenazas.
De un tirón, le sujetó la mandíbula con una fuerza inhumana, obligándolo a abrir la boca.
—Veamos qué tan valiente sigues siendo cuando te arranque otro diente.
Daichi intentó zafarse, pero apenas podía mover el cuello.
—¡Chúpame la verga! —gruñó con furia.
Ryuusei soltó una carcajada ronca.
—Buena idea… pero primero, desgarraré cada pedazo de carne que tengas.
Sin darle tiempo a replicar, hundió las tenazas en su boca y atrapó un molar. Daichi sintió la presión ardiente cuando el metal se clavó en su encía. Ryuusei sonrió y giró la herramienta con una fuerza brutal.
—¡MALDITO CABRÓN! —rugió Daichi, su espalda arqueándose por el dolor.
Pero Ryuusei no se detuvo. Tiró con un movimiento seco y certero. El diente se desprendió de raíz con un chasquido repugnante. Un hilillo de sangre oscura goteó del hueco dejado en su encía.
El grito de Daichi desgarró el aire.
—¡AAGGHHH, MIERDA! ¡ME CAGO EN TODO!
Ryuusei observó el diente ensangrentado en sus dedos y luego a Daichi, que jadeaba, su rostro empapado en sudor y sangre.
—¿Ves? Te dije que sería divertido.
Daichi escupió saliva rojiza y lo miró con los ojos inyectados en odio.
—Voy a matarte, Ryuusei…—susurró con la voz rasposa—. Aunque me reviente el puto corazón, te haré pedazos.
Ryuusei se inclinó sobre él, su sonrisa jamás desvaneciéndose.
—Oh, Daichi… —musitó con un placer enfermizo—. Quiero verte intentarlo.
Y con un movimiento pausado, tomó un cuchillo más grande… y deslizó la hoja lentamente sobre la piel de su pecho. El metal rasgó carne y músculo con precisión quirúrgica, abriendo una línea carmesí en su torso. La sangre brotó en un goteo espeso y caliente.
Daichi gruñó entre dientes, negándose a gritar. Sus puños se apretaron, las uñas se clavaron en la piel de sus palmas hasta sangrar.
—Resistes bien, cabrón —murmuró Ryuusei con admiración—. Pero tengo algo más especial para ti.
Dejó caer el cuchillo y se acercó a una mesa de metal. Su mano se deslizó hasta un bisturí pequeño, reluciente bajo la luz mortecina del sótano.
Daichi sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—No me jodas…
Ryuusei se giró lentamente, su sonrisa tan afilada como la hoja en sus dedos.
—Sí, Daichi. Justo lo que estás pensando.
Daichi forcejeó, los grilletes de cuero se clavaron en sus muñecas.
—¡NO! ¡NO, HIJO DE PUTA!
Pero Ryuusei lo sujetó con fuerza.
—¿Recuerdas lo que te dije de Theon Greyjoy? —susurró en su oído, con una voz empapada en sadismo—. Es momento de llevarlo a la práctica.
Daichi gritó con furia, con rabia, con horror puro.
—¡MALDITO BASTARDO, TE VOY A MATAR! ¡TE VOY A DESTROZAR!
Pero Ryuusei no se detuvo. La hoja fría del bisturí rozó su piel antes de deslizarse con precisión despiadada. Separó carne, cortó nervios, destruyó lo que lo hacía hombre.
El grito de Daichi fue inhumano.
El dolor se propagó por su cuerpo como un incendio descontrolado. Su visión se nubló, su garganta se cerró, su cuerpo se estremeció en una agonía indescriptible. La sangre caliente corrió por sus piernas, empapando el suelo en un charco oscuro y pegajoso.
Ryuusei se alejó unos pasos, contemplando su obra con satisfacción enfermiza.
—Ahora sí, Daichi… ahora sí eres nada.
Daichi, con la respiración entrecortada, levantó la cabeza. Su rostro estaba pálido, sus labios temblaban, pero sus ojos… sus ojos aún ardían con una ira primitiva.
Y sonrió.
—Voy… a contárselo todo… —susurró, su voz apenas un murmullo.
Ryuusei entrecerró los ojos.
—¿A quién?
Daichi escupió sangre y sonrió aún más.
—A la Muerte, imbécil.
Ryuusei se quedó en silencio por un momento… y luego dejó escapar una risa grave.
—Dile que la estaré esperando.