Rebelión contra el Cielo - Part 31

Capítulo 31: La Cena y los Gritos en la Oscuridad

La velada en la mansión de Ryuusei transcurría sin aparentes sobresaltos. Los amigos de Aiko recorrían la casa con fascinación, maravillados por la opulencia que los rodeaba. Cada rincón parecía sacado de un museo: jarrones de porcelana finísima, cuadros renacentistas y una iluminación cálida que daba al lugar un aire de elegante intemporalidad.

—Tu casa es impresionante, Aiko —comentó una de sus amigas, deslizando con cuidado los dedos sobre la superficie de un jarrón chino decorado con dragones dorados.

—Sí… —Aiko esbozó una sonrisa forzada, pero su mirada se desvió hacia Ryuusei.

Él estaba sentado en un lujoso sofá de cuero negro, con una copa de vino en la mano, sus ojos afilados escaneando a cada invitado. Desde la distancia, fingía desinterés, pero en realidad analizaba cada palabra, cada gesto. Para él, todos en esa sala eran una potencial amenaza. No por lo que pudieran hacer, sino por lo que pudieran descubrir.

Y entonces, ocurrió.

Un grito.

No uno común. No uno de sorpresa o de miedo pasajero.

Fue un alarido de agonía pura, un sonido animal, primitivo, arrancado de las entrañas de alguien que estaba siendo desgarrado vivo.

Los amigos de Aiko se congelaron. La piel de algunos se puso pálida como la cera.

—¿Q-qué fue eso? —murmuró uno de los chicos, su voz temblorosa.

Aiko sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía de dónde provenía ese sonido.

Y Ryuusei también.

Con calma, se puso de pie y dejó su copa de vino sobre la mesa. El leve clink del cristal resonó en la sala en completo silencio.

—Disculpen un momento.

Sin más, giró sobre sus talones y salió de la habitación.

Aiko apretó los puños. No podía dejarlo ir solo.

—¡Ryuusei! —susurró con urgencia cuando estuvieron lo suficientemente lejos—. ¡Dime que no es lo que creo que es!

Él le dedicó una mirada helada.

—Quédate aquí y entretén a tus amigos. No me sigas.

Aiko abrió la boca para protestar, pero él ya se había marchado.

Ryuusei subió las escaleras con rapidez, recorriendo el pasillo en penumbra. La alfombra roja absorbía el sonido de sus pisadas, haciendo que todo pareciera más irreal, más siniestro. Se detuvo frente a una puerta negra, gruesa, con una cerradura de plata.

Sacó una llave dorada de su bolsillo y la giró lentamente.

Un clic metálico.

Un rechinido pesado.

Y entonces, el hedor lo golpeó.

Sangre.

Podredumbre.

Carne desgarrada.

El ático era su santuario de dolor. Paredes de piedra iluminadas apenas por una lámpara colgante. Instrumentos de tortura organizados meticulosamente sobre una mesa de mármol negro. Trampas de hierro cubiertas de líquido oscuro y pegajoso.

Y al fondo, encadenado a la pared con grilletes de acero, estaba Daichi.

Su cuerpo era un mapa de heridas abiertas y cicatrices que apenas cicatrizaban antes de ser reabiertas. La piel colgaba en algunos lugares, mostrando la carne viva y temblorosa debajo. Uno de sus ojos estaba hinchado, casi cerrado. Su labio partido goteaba un hilo de sangre sobre su mentón.

Las mordazas en el suelo indicaban que había logrado quitárselas.

Cuando alzó la cabeza y lo miró con ojos inyectados en odio, sonrió con los dientes teñidos de rojo.

—Hijo de perra… —murmuró con voz rasposa—. Pensé que vendrías antes.

Ryuusei cerró la puerta con calma.

—Si sigues gritando así, arruinarás la cena de Aiko.

Daichi soltó una carcajada amarga, que se convirtió en un violento ataque de tos.

—Oh, perdóname, señor multimillonario asesino en serie. ¿Acaso temes que la niña descubra que su querido Ryuusei es un jodido monstruo?

Ryuusei chasqueó la lengua.

—Oh, Daichi… —susurró, acercándose con pasos elegantes—. Lo sabe.

Sacó una navaja de filo impecable y la hizo girar entre sus dedos con habilidad.

Daichi le escupió sangre en los zapatos.

Ryuusei sonrió.

—Bien. Tú te lo buscaste.

Con un movimiento ágil, hundió la navaja en el muslo de Daichi y la giró.

Un nuevo grito desgarró la habitación.

Pero esta vez, nadie lo escucharía.

La verdadera función apenas comenzaba.