Capítulo 35: El Gran Escape
La oscuridad del ático secreto era sofocante, espesa como el alquitrán. Cada pared estaba impregnada de un hedor férreo, testigo mudo de incontables torturas. Manchas de sangre seca decoraban el suelo de madera podrida, y los grilletes oxidados colgaban como vestigios de una cruel obsesión. En medio de ese infierno, Daichi yacía encadenado, su cuerpo temblando por el último "juego" de Ryuusei.
Pero esta vez era diferente.
Esta vez, el dolor no lo consumía. Esta vez, el odio lo mantenía despierto, afilado como una hoja lista para desgarrar.
"Piensa, carajo. Piensa."
Ryuusei lo subestimaba. Se regodeaba en su sufrimiento, seguro de su victoria. Pero Daichi aún tenía cartas por jugar.
Cerró los ojos y respiró hondo, sintiendo la presión de las cadenas en sus muñecas y tobillos. Sus huesos rotos palpitaban, sanando a regañadientes. Sus heridas, en contra de toda lógica, se cerraban poco a poco. Fue entonces cuando una idea sombría cruzó su mente.
"Si me regenero... ¿qué me impide simplemente... cortarme las extremidades?"
La idea le revolvió el estómago. No era la primera vez que su regeneración acelerada le daba ventaja, pero siempre había evitado algo tan extremo. No porque no lo hubiera considerado antes, sino porque había aprendido que cada regeneración completa lo dejaba en un estado de debilidad temporal. En combate, esa desventaja podía ser letal.
Pero ahora, encadenado y sin otra salida, no tenía opción.
Tragó saliva, tratando de ignorar el instinto que le gritaba que no lo hiciera. No tenía tiempo para dudas.
Reunió toda su energía. Sus músculos vibraron, su carne se tensó. Aceleró su regeneración hasta el límite y, con un grito feroz, se arqueó hacia adelante.
La carne se desgarró con un chasquido grotesco. El hueso cedió con un crujido seco y aterrador. La sangre salpicó las paredes.
"¡AAAAAAHHHHH!"
El dolor era insoportable, un incendio que lo devoraba por dentro. Las lágrimas empañaron su visión, pero no podía detenerse. Jadeando, se concentró en sus piernas y pateó con toda su fuerza contra las cadenas que lo ataban. Sintió la piel romperse, los tendones rasgarse.
Uno.
Dos.
Tres.
En el cuarto intento, su pierna izquierda se desprendió con un tirón final.
Daichi cayó al suelo, su cuerpo convulsionando. La agonía lo cubrió como una sombra hambrienta. Pero entonces, su regeneración entró en acción.
Músculo nuevo se formó sobre los muñones. Huesos resurgieron de la carne. En cuestión de segundos, estaba completo otra vez.
Dolorido. Débil. Pero libre.
"Corre, carajo. ¡Corre!"
La adrenalina lo arrastró hacia adelante. Tropezó, tambaleándose fuera del ático. Bajó las escaleras, esquivando trampas, conociendo cada ruta de escape de aquella maldita mansión. Los sirvientes ni siquiera lo vieron venir.
Para cuando los sistemas de seguridad se activaron, Daichi ya había desaparecido.
Frente a la Muerte
El aire se rasgó con un chasquido sobrenatural cuando Daichi apareció de rodillas ante el trono de la Muerte.
Su cuerpo temblaba. Sus manos buscaban apoyo en la nada, tratando de encontrar un ancla en el abismo. La desesperación se pintaba en su rostro.
—¡Mi señora! —gimió, golpeando el suelo con los puños—. ¡Ese monstruo, Ryuusei... él... él me hizo cosas indescriptibles! ¡Debemos detenerlo!
La Muerte lo observó desde su trono con la paciencia de quien ya lo ha visto todo.
—¿Y qué esperabas? —su voz sonó tan indolente que Daichi tardó en procesar sus palabras.
Parpadeó, confuso.
—¿Q-qué?
La Muerte ladeó la cabeza, apoyando su codo en el reposabrazos, su barbilla descansando sobre su mano.
—¿Acaso creías que los Heraldos Bastardos no tendrían la capacidad de vencer a los Heraldos Supremos? —su tono era casi aburrido, pero con un filo cortante—. Al final, Ryuusei y Aiko hicieron lo impensable.
Daichi sintió cómo el pánico se convertía en ira.
—¡Mi señora, le juro que los mataré! ¡Déjeme demostrar mi valía!
La Muerte bostezó, como si todo aquel drama no fuera más que un pequeño entretenimiento pasajero.
—Haz lo que quieras, Daichi —dijo con desinterés—. Pero recuerda esto...
Sus ojos brillaron con una luz oscura y ominosa.
—La Muerte no espera a nadie.
Un escalofrío recorrió la columna de Daichi.
No había pedido ayuda.
No había ganado simpatía.
Solo había conseguido su desprecio.