Rebelión contra el cielo - Part 37

Capítulo 37: La Humillación del Perdedor

El eco de la carcajada de la Muerte aún vibraba en el aire cuando los heraldos comunes intercambiaron miradas llenas de malicia. La sombra de su burla se cernía sobre el espacio que Daichi había ocupado un instante antes de ser tragado por la nada. Pero su sufrimiento no terminaría ahí. No para aquellos que habían sido testigos de su caída.

Uno de los heraldos, una figura delgada con ojos que ardían como brasas encendidas, avanzó con una sonrisa burlona en los labios.

—Bueno, bueno… Daichi, el gran estratega. Quién lo hubiera imaginado —dijo con un tono impregnado de sorna—. Pensé que eras un maestro de la tortura, pero parece que el verdadero arte en el que destacas es la humillación.

Las risas de los demás heraldos resonaron como un eco cruel en la oscuridad. Un segundo heraldo, de voz grave y entonación teatral, alzó la mano con fingido asombro.

—No olvidemos un detalle crucial —agregó, inclinando la cabeza—. Nuestro "querido" Daichi fue derrotado por un simple bastardo y una niña mimada. Pero, claro, eso debe haber sido parte de su plan maestro, ¿no? Tal vez fingió perder para sorprendernos después…

—¡Oh, por supuesto! —se burló otro, agitando la mano con desdén—. Un plan brillante, sin duda… especialmente la parte en la que termina clamando por su vida, sin extremidades y bañado en su propia miseria.

La Muerte, que hasta entonces se había mantenido en una silenciosa contemplación, chasqueó los dedos. Las sombras que danzaban a su alrededor se retorcieron, desplegándose como una cortina espectral que mostró lo que realmente había sucedido.

Imágenes etéreas flotaron en el aire, reviviendo la batalla con una nitidez escalofriante. Daichi, Haru y Kenta enfrentándose a Ryuusei y Aiko. Los gritos de rabia y dolor se esparcieron como un eco de la realidad. Los heraldos se agolparon alrededor de la proyección, sus ojos brillando con una mezcla de fascinación y regocijo.

—¡Oh, miren esto! —exclamó uno, señalando con entusiasmo—. Ryuusei esquiva como si estuviera bailando. Y Aiko… ¡oh, vaya! Le voló los dientes a Kenta de un solo golpe.

—Increíble, de verdad —asintió otro con una sonrisa afilada—. Pero lo mejor de todo es la parte en la que Daichi suplica. ¡Rebobina eso!

Las sombras obedecieron, repitiendo el instante exacto en el que Daichi, destrozado, se retorció en el suelo, gimiendo y suplicando por su vida. Su voz temblorosa se mezcló con el sonido seco del acero cuando Ryuusei, sin inmutarse, le arrebató todo. La carcajada de los heraldos resonó con más fuerza.

La Muerte suspiró con una mueca de falsa melancolía.

—Ah, Daichi… llegué a considerarte alguien especial, por un tiempo —murmuró con desinterés—. Pero, sinceramente, Ryuusei y Aiko tienen algo que tú nunca tuviste.

—¿Dignidad? —preguntó un heraldo, provocando una nueva ola de risas.

La Muerte sonrió con un destello de diversión y negó con la cabeza.

—No. Inteligencia. Y mérito. Ryuusei y Aiko hicieron lo que tú nunca fuiste capaz de hacer: evolucionar.

El aire se impregnó de murmullos. Era raro que la Muerte diera elogios, aunque fueran indirectos.

—Al final, Daichi no era más que un obstáculo. Un pequeño estorbo en el camino de algo mucho más grande —continuó, apoyando la mejilla en su mano—. Ryuusei y Aiko… ellos son interesantes. No como ese pobre infeliz que ahora está condenado al olvido.

Las palabras de la Muerte sellaron el destino de Daichi de una vez por todas. No solo había sido derrotado, sino que su legado había sido reducido a cenizas. Un chiste entre heraldos. Un recuerdo de lo que significaba fracasar.

Con un nuevo chasquido de dedos, la proyección se disipó en la penumbra. La Muerte se estiró con pereza, como si el entretenimiento ya hubiera perdido su brillo.

—Bueno, basta de distracciones —dijo con un bostezo—. Ahora, volvamos a lo nuestro. ¡Que alguien reparta las cartas!

Los heraldos se dispersaron, algunos a regañadientes, pero la sombra de las burlas persistiría. Para ellos, Daichi no era más que una historia graciosa, un anécdota para las noches aburridas.

Y para la Muerte… solo un peón descartado, un eco olvidado en la eternidad.