Capítulo 15: Ceniza y Nieve

Ryuusei aprovechó el momento. Sus ojos, fríos como la tundra, se clavaron en los de su enemigo mientras deslizaba una mano hacia su cinturón. Un tenue brillo apareció entre sus dedos.

Dagas de teletransportación.

El silbido de la metralla y los gritos de los soldados eran solo ruido de fondo cuando Ryuusei arrojó una de las dagas al suelo. La activó en un parpadeo y su figura desapareció en un destello.

Volkhov reaccionó por instinto, girando sobre sus talones y alzando sus cuchillos justo a tiempo para ver a Ryuusei reaparecer a su lado.

Pero el joven guerrero ya había previsto ese movimiento.

Su martillo descendió como un trueno. Volkhov apenas pudo cruzar sus armas para desviar el impacto, pero la fuerza descomunal de Ryuusei lo arrojó varios metros hacia atrás, haciéndolo rodar en la nieve.

Se incorporó con dificultad, jadeante.

—No está mal, chico… —escupió un denso coágulo de sangre y se limpió la boca con el dorso de la mano—. Pero no creas que me impresionarás con trucos baratos.

Antes de que pudiera recuperar el aliento, una nueva presencia se hizo notar en la distancia.

El eco de un disparo rasgó el aire.

Ryuusei apenas tuvo tiempo de reaccionar. El impacto de la bala le atravesó el cráneo, haciendo que su cabeza explotara en un borrón de sangre, sesos y fragmentos óseos. Un par de dientes volaron y se incrustaron en la nieve teñida de rojo.

Aiko, que había estado acabando con los soldados enemigos, giró la cabeza justo a tiempo para ver a su compañero colapsar.

Su corazón se detuvo.

—¡Ryuusei!

Volkhov, aún en el suelo, estalló en carcajadas.

—¡Vaya! ¡No pensé que sería tan fácil!

Los soldados de Petrov, viendo caer a su mejor guerrero, vacilaron. El caos se extendió como un virus, debilitando la moral de sus filas.

Pero entonces, algo ocurrió.

El cuerpo sin vida de Ryuusei no se desplomó por completo.

No hubo el colapso natural de un cadáver.

En cambio, algo se movió.

Las sombras parecieron palpitar a su alrededor, como si la misma oscuridad rechazara su muerte. Su carne destrozada comenzó a retorcerse, la sangre retrocedió y los fragmentos de hueso se unieron como si el tiempo se rebobinara.

Segundos después, Ryuusei estaba de pie otra vez. Entero.

Volkhov dejó de reír.

Aiko exhaló lentamente, cerrando los ojos con una mezcla de alivio y terror.

Ryuusei, con su rostro recién regenerado, rodó el cuello.

—Eso fue molesto… —dijo, su voz goteando con una frialdad peligrosa.

Volkhov sintió, por primera vez en su vida, el verdadero miedo.

Había cometido un error fatal.

Pensar que podía matar a un monstruo con una simple bala.

El viento helado aún arrastraba el eco de los gritos de los caídos, pero en el campo de batalla solo quedaban sombras y cadáveres. La nieve, antes pura, ahora era un océano de sangre congelada.

Volkhov apretó los cuchillos en sus manos, observando a Ryuusei con una mezcla de fascinación y alarma.

—¿Sabes? —dijo Volkhov, su tono burlón ahora forzado—. En toda mi vida he visto cosas horribles… pero esto es nuevo.

Ryuusei inclinó la cabeza levemente, su máscara empapada en sangre reflejando la tenue luz de la luna.

—Me alegra ampliar tu perspectiva.

Y entonces desapareció.

Apareció en la colina donde el francotirador había disparado. El soldado apenas tuvo tiempo de parpadear antes de que Ryuusei le arrancara los ojos con los dedos, hundiéndolos en sus cuencas como si fueran barro blando.

Un aullido desgarrador se perdió en el viento helado.

Pero Ryuusei no esperó.

Con un giro veloz, hundió ambas dagas en su garganta y las retorció, desgarrando carne y tráquea hasta que un chorro de sangre caliente tiñó la nieve, formando una grotesca pintura de guerra.

Sin perder tiempo, volvió a desaparecer.

Apareció detrás de otro soldado, quien apenas giró la cabeza antes de que el impacto de un martillo lo partiera en pedazos. Carne, huesos y vísceras explotaron en todas direcciones.

Otro intentó huir.

Ryuusei se teletransportó frente a él. Con un solo golpe descendente, su martillo se hundió en el hombro del hombre y lo partió en dos hasta la cadera.

El sonido de la carne desgarrándose y los órganos deslizándose al suelo fue... exquisitamente horrendo.

Uno tras otro, los guardias de Volkhov caían bajo la imparable brutalidad de Ryuusei.

Un soldado logró alzar su rifle, temblando, y disparó a quemarropa.

Pero su bala nunca llegó a destino.

En un destello, Ryuusei apareció detrás de él y le hundió sus dagas en la espina dorsal.

Con un tirón brutal, le arrancó la columna vertebral de un solo golpe.

Su cuerpo cayó al suelo como una marioneta sin cuerdas.

Todo esto ocurrió en menos de dos minutos.

Cuando Ryuusei reapareció en el centro del campo de batalla, su cuerpo estaba empapado en sangre.

Sus martillos goteaban restos de carne y sesos.

La nieve blanca ahora era un infierno carmesí.

Volkhov, que había estado observando, se quedó helado. No solo por la masacre, sino por lo que significaba.

—No es posible… —murmuró, con los ojos desorbitados.

Entonces, Ryuusei clavó su mirada en él y levantó su martillo, señalándolo.

—Ahora sí, Volkhov. Vamos a divertirnos.

La sonrisa de Volkhov volvió a su rostro, pero esta vez era diferente.

Más tensa.

Casi forzada.

Lanzó el primer ataque, una ráfaga de cuchilladas rápidas como relámpagos.

Ryuusei bloqueó la primera con el mango de su martillo, esquivó la segunda con un leve movimiento y atrapó la tercera con su propia mano.

La hoja perforó su palma, pero su expresión no cambió.

Volkhov sonrió con satisfacción… hasta que vio cómo la herida de Ryuusei se cerraba de inmediato.

—Tsk… —chasqueó la lengua, retrocediendo un paso.

—¿Esperabas que doliera? —preguntó Ryuusei, extrayendo la cuchilla de su mano con un tirón seco—. Lo siento por decepcionarte.

Y entonces, Volkhov comprendió algo.

No estaba peleando contra un hombre.

Estaba peleando contra algo más.

Algo que no podía morir.

Y la nieve se tiñó de rojo una vez más.