reencuentro

Había pasado 1 año y medio después de interactuar en esa fiesta, gracias al esfuerzo pude entrar a una buena universidad, el campus de la Universidad Blackwood era un laberinto de edificios de piedra antiguos y jardines impecablemente cuidados. Un mundo aparte, un universo de conocimiento y oportunidades, muy diferente a la fiesta donde nos conocimos. Yo, Daniel, estaba allí gracias a una beca, un triunfo agridulce logrado con esfuerzo y sacrificio. Isabella, por otro lado, se movía con una gracia natural entre la multitud de estudiantes ricos, un cisne entre patos. La vi de lejos, su figura elegante destacando entre la multitud. Llevaba un abrigo de cachemira que probablemente costaba más que mi matrícula anual. Un escalofrío, no de frío, sino de una mezcla de nerviosismo y anticipación, me recorrió la espalda.

Nos encontramos frente a la biblioteca, un edificio imponente que parecía guardar siglos de sabiduría. Ella me vio, y una sonrisa, tímida pero genuina, iluminó su rostro. No era la arrogancia glacial de la fiesta, sino una expresión cálida y esperanzadora.

"Daniel," dijo, su voz suave, como el susurro del viento entre las hojas. "No esperaba verte aquí."

"Tampoco yo a ti, Isabella," respondí, sintiendo una oleada de alivio. "Pensé que Blackwood era un universo aparte, un mundo para los privilegiados."

"Lo es, en cierto modo," admitió, con una pequeña sonrisa irónica. "Pero también es un lugar donde se puede aprender, donde se puede crecer. Aunque, debo admitir, que a veces me siento tan fuera de lugar como tú en esa fiesta."

Reímos, un sonido compartido que rompía la tensión del momento. El recuerdo de aquella noche, de la conversación que cambió mi perspectiva, flotaba entre nosotros como un hilo invisible. Hablamos de las clases, de los profesores, de los libros que estábamos leyendo. Hablamos de todo, menos de la diferencia abismal entre nuestras realidades. Pero esa diferencia, que antes parecía un abismo insalvable, ahora se sentía como un simple detalle, una anécdota en una historia mucho más grande.

"Tengo que ir a clase," dijo Isabella, consultando su reloj. "Pero… ¿te gustaría tomar un café más tarde? Hay una cafetería cerca del campus, con un ambiente bastante agradable."

"Me encantaría," respondí, sintiendo una alegría inesperada. La posibilidad de volver a hablar con ella, de compartir más momentos, me llenaba de una energía que no había sentido antes. La universidad, un lugar que antes me parecía un desafío abrumador, ahora se sentía como un espacio de oportunidades, un lugar donde podía aprender, crecer, y quizás, construir algo real con Isabella, a pesar de las diferencias que nos separaban. El universo, con su inmensidad y misterio, parecía de repente mucho más pequeño, mucho más accesible. Y en el centro de ese universo, estaba ella.