Sentimientos.

El teléfono vibraba insistentemente en mi maleta, la pantalla iluminada con el nombre de Isabella. Llamada tras llamada, mensaje tras mensaje. No respondí. El dolor de la humillación de la noche anterior aún me quemaba la garganta, la imagen de su padre rechazándome, aún me perseguía. Necesitaba tiempo, espacio para procesar la vergüenza, la rabia, la tristeza. Necesitaba alejarme del eco de sus palabras, de la frialdad de sus miradas.

Al día siguiente, en la universidad, la vi. Isabella estaba esperándome cerca de la biblioteca, su rostro una mezcla de preocupación y esperanza. Se acercó, sus ojos llenos de lágrimas. "Daniel," dijo, su voz apenas un susurro, "no me has contestado. Estaba tan preocupada."

Me acerqué a ella, intentando ocultar el dolor que aún me carcomía. Le di un abrazo, intentando transmitirle todo lo que no podía decir con palabras. Su cuerpo temblaba, su fragilidad me conmovió. "Lo siento," dije, mi voz apenas un susurro. "Necesitaba tiempo."

Ella me miró, sus ojos llenos de lágrimas. "Entiendo," dijo, su voz quebrada. "Pero… ¿estás bien?"

"Estoy bien," respondí, aunque la mentira me sabía a ceniza en la boca. "Solo necesito un poco de tiempo para procesar todo."

A pesar del dolor que sentía, la dulzura de Isabella, su comprensión, me inundaron de una ternura que me conmovió. Intenté ser fuerte por ella, por nuestro amor. Durante el resto del día, me comporté como siempre lo hacía: atento, cariñoso, divertido. Le ayudé con sus estudios, la hice reír, la consolé cuando se mostró vulnerable. Escondí mi dolor, mi humillación, detrás de una máscara de serenidad, de una sonrisa que no llegaba a mis ojos.

En la cafetería, mientras compartíamos un café, ella me tomó la mano. "Daniel," dijo, su voz suave y llena de cariño, "lo siento mucho por lo que pasó anoche. Mis padres… son… difíciles."

"Lo sé," respondí, apretando su mano. "Pero no importa. Lo que importa es lo que sentimos el uno por el otro."

Ella sonrió, una sonrisa que me llegó al alma. "Sí," dijo, "lo que importa es nosotros."

En ese momento, comprendí que nuestro amor era más fuerte que cualquier obstáculo, más fuerte que el rechazo de su familia. Era un amor que trascendía las diferencias sociales, las barreras económicas, las humillaciones. Era un amor que nos unía, un amor que nos daba fuerza para seguir adelante. Y aunque el dolor de la noche anterior aún me perseguía, la dulzura de Isabella, su comprensión, su amor, me daban la fuerza para seguir luchando por nosotros, por nuestro futuro. Por un futuro donde su familia pudiera entender, aceptar y celebrar nuestro amor. Por un futuro donde el dolor de la humillación se desvaneciera en la inmensidad de nuestro amor.