Errores

La noche había caído como un manto pesado sobre la ciudad, y en el apartamento solo se escuchaba el zumbido constante de la televisión, un ruido de fondo que ambas ignoraban. Jenny miró su reloj con un gesto mecánico, consciente del peso del cansancio en cada parte de su cuerpo. Las manecillas marcaban casi las dos de la madrugada, y su mente comenzaba a rogarle una tregua.

Con un suspiro, se puso de pie, sacudiéndose el letargo y alcanzando su chaqueta que colgaba del respaldo de una silla. Haciendo un esfuerzo por mantener su tono neutral, se dirigió a la puerta.

—Nos vemos mañana, a la misma hora —dijo, con una firmeza que pretendía cortar cualquier intento de conversación.

Pero antes de que pudiera girar la manija, sintió una mano cálida que se cerraba alrededor de su muñeca. El contacto era firme pero delicado, como si buscara detenerla sin imponer fuerza. Jenny se detuvo en seco, volviendo la cabeza con el ceño fruncido. La expresión de Connie era indescifrable, pero había algo en sus ojos que la hizo tensarse.

—¿Qué pasa? —preguntó Jenny en voz baja, intentando sonar distante.

Connie no respondió de inmediato. Sus dedos permanecieron sobre la muñeca de Jenny, como si temiera que cualquier movimiento brusco rompiera la frágil conexión que se había formado. Finalmente, con un susurro apenas audible, pronunció las palabras que Jenny menos esperaba escuchar:

—¿Por qué no te quedas?

La pregunta parecía más un ruego disfrazado, y Jenny sintió cómo algo dentro de ella se tambaleaba. Intentando recuperar el control de la situación, soltó un suspiro exasperado.

—Connie, no es necesario. Sabes que hay agentes afuera, vigilando. Puedo volver mañana… —empezó a decir, pero su voz se desvaneció cuando Connie se acercó un poco más.

Estaban tan cerca que Jenny podía sentir el leve calor que emanaba de ella, el roce suave de su respiración contra su propia piel. Por un momento, el tiempo pareció detenerse.

—Me sentiría más segura si tú estuvieras aquí —dijo Connie, sus palabras cargadas de una sinceridad que Jenny no supo cómo combatir.

Jenny intentó desviar la mirada, pero la intensidad de los ojos de Connie la mantenía anclada. Tragó saliva, luchando contra la maraña de emociones que se arremolinaban en su interior. Era una batalla entre lo que sabía que debía hacer y lo que su corazón le pedía a gritos.

—Connie… —empezó a decir, su voz quebrándose ligeramente antes de recuperar firmeza—. Tengo que trabajar luego, no puedo darte todo mi tiempo.

La respuesta salió más brusca de lo que esperaba, y al instante se arrepintió. La expresión de Connie se endureció, pero en sus ojos brillaba una herida que Jenny reconoció al instante.

—Eso fue exactamente lo que dijiste cuando aún estábamos juntas, Jenny.

Las palabras cayeron como un golpe directo, removiendo recuerdos que Jenny había intentado enterrar. La tensión en su pecho se intensificó, y por un instante, se quedó sin palabras. Sabía que Connie tenía razón, pero admitirlo habría sido ceder terreno, y eso era algo que no podía permitirse. No ahora.

—Esa prioridad ya no eres tú, Connie. Obviamente. —Las palabras escaparon de sus labios antes de que pudiera detenerlas, frías y afiladas como cuchillas.

El impacto fue inmediato. Connie soltó su muñeca y apartó la mirada, como si quisiera ocultar la tristeza que se reflejaba en sus ojos. Dio un paso atrás, cruzando los brazos en un intento de protegerse de un daño que ya estaba hecho.

—Está bien, Jenny. Vete. No pasa nada. —Su voz era apenas un susurro, y el tono vacío dolía más que cualquier reproche.

Connie se giró, como si buscara refugio en la aparente comodidad del sofá. Pero esta vez, fue Jenny quien, en un impulso que no alcanzó a entender, extendió la mano y tomó la de Connie. El contacto fue eléctrico, un puente que las conectaba a pesar de todo lo que había entre ellas.

Connie se detuvo, sorprendida, y se volvió lentamente para mirarla. Sus ojos se encontraron, y en ese instante el silencio habló más que cualquier palabra. Jenny sintió el peso de todo lo que no había dicho, de todo lo que no podía decir, y sin pensarlo, llevó una mano hasta la mejilla de Connie, rozándola con una suavidad que parecía casi un adiós.

Connie cerró los ojos por un instante, inclinándose ligeramente hacia el toque, como si quisiera capturar aquel momento y hacerlo eterno. Pero cuando abrió los ojos, encontró la mirada de Jenny, llena de una mezcla de añoranza y arrepentimiento.

Jenny apartó la mano con lentitud, dejando que cayera al costado. Bajó la mirada, su voz apenas un murmullo.

—Llámame si pasa algo, ¿sí?

Connie asintió, pero no dijo nada. Jenny dio media vuelta y caminó hacia la puerta, sus pasos pesados, cada uno más difícil que el anterior. Cuando finalmente la cerró detrás de sí, sintió que algo dentro de ella se rompía. La noche era fría, pero no lo suficiente para apagar el fuego que ardía en su interior.

Mientras bajaba las escaleras, apretó la mano que había sostenido la de Connie, como si intentara aferrarse a lo que quedaba de aquel instante. Sabía que debía seguir adelante, pero una parte de ella había quedado atrás, atrapada en aquel apartamento y en la mirada de Connie.