Sigo Odiandolo

Cuando llegaron al apartamento de Connie, Jenny dejó las bolsas en la cocina con un suspiro profundo, casi resignado. Aquella escena le resultaba extrañamente familiar. Colocar las compras, organizarlo todo juntas... Era un eco de otro tiempo, de aquellos días tranquilos donde la rutina se sentía como un refugio, más segura y acogedora que cualquier aventura. Eran esos momentos simples, compartidos en lo cotidiano, los que solían definir su conexión, una conexión que ahora parecía tan lejana como un sueño olvidado.

Connie se movía con soltura por la cocina, deslizándose de un lado a otro mientras sacaba los productos de las bolsas. Hacía comentarios ligeros, pequeños chistes que parecían destinados a llenar el aire de una calidez que ambas habían perdido. En algún momento, una risa suave escapó de sus labios, un sonido que, aunque breve, logró atravesar la guardia de Jenny, quien la observaba desde la esquina de la encimera, sus brazos cruzados y su mente atrapada entre el presente y el pasado.

—¿Qué pasa? —preguntó Jenny, forzando una sonrisa que pretendía ser casual, aunque no podía evitar el tinte de nerviosismo en su tono.

Connie giró hacia ella, sosteniendo un pequeño envase en la mano, un yogurt griego, y una chispa de diversión iluminaba sus ojos.

—¿Te acuerdas de esto? —preguntó, levantando el envase para que Jenny lo viera con claridad, una expresión traviesa dibujada en su rostro—. Lo sigo odiando, por cierto.

Jenny rodó los ojos al escucharla, como si no entendiera de que hablaba, o más bien... intentaba no recordarlo.

—Entonces, ¿por qué lo compraste? —respondió, en un tono que intentaba ser neutral, pero en el fondo era una mezcla de curiosidad y algo más profundo: una punzada de nostalgia que no podía ignorar.

Connie se encogió de hombros con una sonrisa astuta, como si el gesto fuera respuesta suficiente. Luego, abrió el envase con un movimiento decidido, sacando una cuchara del cajón más cercano. En un par de pasos, se plantó frente a Jenny, reduciendo la distancia entre ellas. Jenny se tensó de inmediato, sorprendida por lo cerca que estaba Connie ahora. Su espalda tocó la fría superficie de la encimera, atrapada entre ella y el calor que Connie irradiaba.

—Porque sé que a ti te encanta —murmuró Connie, con un tono bajo que hizo que las palabras parecieran más un secreto que una broma. Le ofreció la cuchara con una sonrisa que mezclaba desafío y ternura.

Jenny negó con la cabeza, girando un poco el rostro, pero Connie no se dio por vencida. Con una insistencia juguetona, acercó la cuchara aún más, hasta que Jenny suspiró y, resignada, tomó un poco del yogur. Probó el bocado en silencio y, tras unos segundos, asintió brevemente.

—Está bueno —admitió en voz baja, casi como si no quisiera concederle la victoria.

Connie rió suavemente, probando el yogur ella misma. Al instante, hizo una mueca de disgusto exagerada que arrancó una sonrisa genuina de Jenny.

—Sigo odiándolo —declaró Connie, dejando el envase a un lado.

La frase era simple, casi banal, pero en el silencio que siguió, Jenny sintió que significaba mucho más. Connie siempre había sido así: hacía cosas que no le gustaban solo por verla sonreír, por complacerla de pequeñas maneras que, con el tiempo, habían significado más de lo que Jenny había querido admitir.

Ese momento de vulnerabilidad fue suficiente para que Connie diera un paso más. Antes de que Jenny pudiera reaccionar, sintió los labios de Connie sobre los suyos. Fue un beso lleno de urgencia, cargado de emociones contenidas durante demasiado tiempo. Al principio, Jenny se quedó inmóvil, atrapada entre el choque de sus propias emociones y la realidad que intentaba mantener a raya. Su mente le gritaba que se apartara, que esto era un error, pero su cuerpo tenía otros planes.

Sin saber cómo, terminó correspondiendo al beso. Las barreras que había construido durante tanto tiempo comenzaron a desmoronarse, y por un instante, todo lo demás desapareció. El mundo se redujo a ese contacto, a la calidez de los labios de Connie y al latido acelerado de su propio corazón.

La burbuja estalló cuando el sonido agudo del teléfono de Jenny rompió la quietud. Ambas se separaron de golpe, sus respiraciones entrecortadas llenando el aire. Connie dio un paso atrás, llevando una mano al pecho de Jenny, como si necesitara espacio para procesar lo que acababa de ocurrir.

Jenny sacó el teléfono de su bolsillo, intentando recuperar la compostura mientras atendía la llamada.

—Parker, aquí.

Del otro lado, la voz grave de su superior no dio tregua.

—Otro asesinato. Mismas características. Necesitamos que vengas de inmediato.

Jenny cerró los ojos un instante, sintiendo cómo la realidad la arrastraba de vuelta al lugar que había intentado evitar. Cuando colgó, levantó la mirada y se encontró con los ojos de Connie, que parecían buscar respuestas que Jenny no podía darle.

—Debo irme —dijo al fin, su voz apenas un murmullo.

Connie asintió lentamente, dando otro paso hacia atrás.

—¿Volverás más tarde? —preguntó, con una esperanza tan sutil que casi pasó desapercibida.

Jenny la miró un instante, luchando contra sus propios pensamientos. Finalmente, respondió:

—Tal vez.

Cruzó el umbral, dejando atrás el apartamento y la calidez que lo llenaba. Pero mientras descendía las escaleras, con el eco de la conversación y el recuerdo de ese beso todavía grabados en su mente, supo que esa noche, o tal vez en otra, encontraría una razón para volver.