El aire vibraba con la energía oscura del demonio mientras las ruinas del palacio del Orden se convertían en un campo de batalla. Kael se movía con la velocidad de un rayo, su espada negra danzando en el aire, dejando tras de sí destellos de energía umbría. Cada golpe resonaba con un eco metálico, y cada esquive lo llevaba al borde de la muerte. Las garras del demonio cortaban el aire, silbando como cuchillas al rojo vivo.
Lyra, con el arco tenso, disparaba flechas de luz que se clavaban en la piel de la criatura como lanzas incandescentes. Pero el demonio no se detenía. Su cuerpo de sombras y fuego absorbía el daño, alimentándose de la energía que intentaba destruirlo. Su rugido sacudía los cimientos del palacio en ruinas, y su aliento ardiente convertía las piedras en cenizas.
Desde la distancia, una figura observaba. Anya, la Maga del Equilibrio, sentía cómo la energía del Caos y el Orden chocaban, en un frágil y peligroso desequilibrio. Sus ojos, reflejos de un conocimiento antiguo, brillaban con determinación. Sabía que si no intervenía, todo terminaría en destrucción absoluta.
Kael apenas pudo escuchar su voz por encima del estruendo de la batalla.
—Kael, detente. Esa criatura no puede ser destruida así.
Él gruñó, girando la cabeza un instante para verla. —No tenemos tiempo para filosofía, Anya. Si no lo matamos, nos matará a todos.
La maga alzó una mano, y el aire a su alrededor pareció doblarse, como si el universo respondiera a su voluntad.
—Yo puedo sellarlo, pero necesito tiempo.
Kael entrecerró los ojos. Confiar en una maga que hablaba de equilibrio le resultaba irritante. Su mundo siempre había sido blanco o negro: lucha o muerte, Caos o Orden. Pero algo en la voz de Anya lo hizo dudar. El demonio rugió con furia renovada, sus garras a punto de caer sobre Lyra.
—¡Hazlo rápido! —gritó Kael, arremetiendo contra la bestia con renovada ferocidad, sus golpes diseñados no para matar, sino para contener.
Anya cerró los ojos y extendió sus manos, trazando complejas runas en el aire. Energía de ambos mundos la envolvió, un torbellino de sombras y luz entrelazadas. Poco a poco, el poder descontrolado del demonio comenzó a tambalearse, atrapado en la fuerza de su hechizo.
El ser de pesadilla rugió, resistiéndose con todo su poder. La magia de Anya lo atrapó en un vórtice donde el Caos y el Orden coexistían en perfecta armonía. Las sombras se disolvieron, la luz se disipó, y con un último estertor de ira, la criatura desapareció en una nube de cenizas.
Kael cayó de rodillas, su pecho subiendo y bajando con dificultad. Miró a Anya con una mezcla de incredulidad y sospecha.
—¿Qué demonios hiciste?
La maga bajó las manos, su expresión serena, pero en sus ojos brillaba el peso de su conocimiento.
—El equilibrio no es una ilusión, Kael. Es la clave para que este mundo no colapse bajo su propio poder.
Lyra corrió hacia Kael, sus manos buscando sus heridas.
—Kael, estás herido.
Él negó con la cabeza, aunque la sangre empapaba su brazo.
—No es nada.
Anya cruzó los brazos, su mirada fija en él.
—Si sigues por este camino, morirás.
Kael la miró con frialdad.
—Prefiero eso a traicionar lo que soy.
Pero las palabras se sintieron huecas en su boca. Por primera vez, la duda se filtraba en su mente. El Caos siempre había sido su camino, pero ahora, ante la magia de Anya, ante el poder de un equilibrio que no comprendía del todo, se preguntó si había otra forma de luchar.
La guerra no había terminado. Pero tal vez, su camino dentro de ella estaba cambiando.