El sol se hundía en el horizonte de Aethelgard, tiñendo el cielo con tonos rojizos y anaranjados. Las ruinas de la ciudad se extendían como un mar de escombros y polvo, testigos silenciosos de una guerra que parecía no tener fin. Entre los restos de lo que alguna vez fue una gran civilización, Kael, Lyra y Anya se refugiaban en una antigua cripta olvidada, lejos de la mirada de los soldados del Orden y de los Renegados del Caos.
El silencio era peso, interrumpido solo por el crepitar de una pequeña fogata. Las heridas de la batalla aún dolían, pero el fuego en sus corazones ardía con más intensidad.
"Tenemos que encontrar una forma de detener esta guerra", dijo Lyra, rompiendo el silencio. Su voz estaba cargada de determinación. "No podemos seguir permitiendo que Aethelgard se consuma en esta locura."
Kael, apoyado contra una pared de piedra, cruzó los brazos. "El problema es el Orden", replicó con aspereza. "Su rigidez, su crueldad disfrazada de justicia... ellos provocaron esto."
"No es tan simple", respondió Anya, sus ojos reflejaban una sabiduría antigua. "El Caos también es destructivo. Si lo dejamos sin control, terminará por consumir todo. La clave no es erradicar uno u otro, sino encontrar un equilibrio".
Kael soltó un suspiro de exasperación. "Equilibrio...", murmuró con escepticismo. "Suena bien en teoría, pero diez centavos, ¿qué significa en la práctica?"
"Debemos entender la historia de Aethelgard", respondió Anya. "Sabe qué sucedió en el pasado para evitar repetirlo."
Kael chascó la lengua. "La historia es solo cenizas del pasado. Lo que importa es el presente."
Anya lo miró con paciencia. "Si ignoramos el pasado, estamos condenados a repetir sus errores."
El silencio cayó sobre ellos por un instante. Luego, la maga continuó: "Hace mucho tiempo, Aethelgard era una ciudad de armonía, donde el Orden y el Caos coexistían. Pero una guerra antigua, librada entre los magos del Orden y los brujos del Caos, desgarró la ciudad y dejó un legado de odio y violencia".
Kael frunció el ceño. "¿Y qué nos dice eso ahora?"
"Que la magia del Caos es poderosa", respondió Anya. "Pero también es peligroso. Debemos encontrar su fuente antes de que consuma todo".
"Eso suena muy bien", interrumpió Lyra, "pero ¿dónde encontramos esa fuente?"
Los ojos de Anya brillaron con incertidumbre. "Existe un lugar... una leyenda. La Ciudad de las Sombras. Se dice que allí, en las profundidades del Caos, yace el origen de su magia."
Kael entrecerró los ojos. "He oído hablar de ella. Ninguno que haya entrado ha vuelto."
"Es un lugar de poder, pero también de gran peligro", advirtió Anya. "Si de verdad queremos detener esta guerra, debemos encontrarla."
Lyra ascendió con determinación. "Entonces debemos ir."
Antes de que pudieran discutir más, un sonido interrumpió la quietud de la noche. Eran pasos pesados, el tintineo de metal contra piedra. Kael, Lyra y Anya se pusieron de pie de inmediato, las manos listas sobre sus armas.
De entre las sombras emergió una figura alta y corpulenta. Vestía una armadura de metal negro, grabada con símbolos del Caos. Sus ojos brillaban con una intensidad inquietante, y una cicatriz marcada en su mejilla le daba una apariencia aún más feroz.
El desconocido los miró en silencio antes de hablar con una voz grave y profunda: "Soy Corvus. Y he venido a ofrecerles mi ayuda".
Kael, Lyra y Anya intercambiaron miradas de cautela. ¿Era este hombre un aliado o un enemigo? Fuera cual fuera la respuesta, la Ciudad de las Sombras los esperaba, y su camino estaría lleno de peligros.