Capítulo 12: El Equilibrio Precario

Kael, con su nuevo poder, se sentía más fuerte que nunca. La magia del Caos fluía por sus venas como un río indomable, dándole una fuerza sobrehumana y una velocidad imposible. Pero también sentía algo más… un vacío. Su pasado se había desvanecido en la bruma del pacto, y con él, todo lo que alguna vez había definido quién era.

Lyra y Anya lo observaban con una mezcla de asombro y temor. Su mirada había cambiado. Sus movimientos eran más fluidos, casi etéreos, como si ya no perteneciera del todo a este mundo.

—¿Kael? —susurró Lyra.

Él parpadeó y la miró. Por un momento, pareció no reconocerla. Luego, una sombra de reconocimiento cruzó su rostro, pero fue fugaz.

Corvus avanzó, su túnica ondeando con una energía imperceptible.

—No hay tiempo para dudas —dijo con gravedad—. Has sellado tu destino, Kael. Ahora, el Caos es tuyo, pero también tu responsabilidad.

Kael asintió lentamente. Su mirada se posó en el cristal de obsidiana que aún pulsaba en el centro del altar, la fuente del Caos que había alimentado la guerra durante siglos.

—¿Qué haremos con él? —preguntó Anya, con un leve temblor en la voz.

Kael levantó una mano. La magia oscura respondió a su llamado, danzando en el aire como un fuego viviente.

—No podemos destruirlo —dijo, su voz sonaba más profunda, más antigua—. El Caos no es un enemigo, es parte de la existencia misma. Si lo destruimos, el mundo perderá su capacidad de cambio. Pero si lo dejamos libre, seguirá consumiendo todo a su paso.

Un silencio cargado se extendió entre ellos.

—Entonces… ¿qué harás? —preguntó Lyra.

Kael cerró los ojos y sintió la energía del cristal. El poder rugía en su interior, inmenso, incontrolable. Pero en el centro del Caos, también sintió algo más: un equilibrio frágil, una posibilidad de armonía.

—Lo sellaré dentro de mí —declaró.

—¡Eso es una locura! —exclamó Anya.

—Es la única forma —dijo Kael con serenidad—. El Caos necesita un ancla. Si se mantiene sin control, la guerra nunca terminará. Pero si yo me convierto en su guardián, en su equilibrio, podré contenerlo.

Lyra avanzó y lo tomó del brazo.

—Kael… Si haces esto, no habrá vuelta atrás. Ya perdiste tu pasado. Si tomas el Caos dentro de ti, ¿qué te quedará?

Kael la miró y, por un instante, algo en su interior titubeó. Pero la guerra, la destrucción, las vidas perdidas… todo dependía de esta decisión.

—No soy el mismo de antes, Lyra. Pero aún quiero un mundo donde ustedes puedan vivir sin miedo.

Antes de que alguien pudiera detenerlo, Kael extendió ambas manos y tocó el cristal.

Una explosión de energía oscura los envolvió a todos.

Kael sintió el peso del universo caer sobre él. Su piel ardía, su mente se fragmentaba en mil pedazos. Voces antiguas, ecos de los portadores del Caos antes que él, susurraban en su mente.

Pero él resistió.

Tomó el Caos y lo contuvo en su interior. No como una maldición, sino como un equilibrio.

Cuando la luz se desvaneció, Kael seguía en pie. Sus ojos, antes llenos de fuego, ahora reflejaban un brillo tenue, como la calma tras una tormenta.

El cristal había desaparecido.

El Santuario de las Sombras se estremeció. Los muros, antes oscuros y amenazantes, parecieron perder su poder maligno.

Kael respiró hondo y se volvió hacia sus amigos.

—Se acabó.

Lyra y Anya lo miraron con una mezcla de alivio y tristeza.

—¿Y ahora qué? —preguntó Anya.

Kael miró hacia el horizonte.

—Ahora… debemos aprender a vivir en equilibrio.

Y con esa última promesa, dieron el primer paso hacia un mundo nuevo.