El aire en la cámara circular pesaba como una sombra viviente, vibrando con una energía oscura y primigenia. El Corazón del Caos latía ante ellos.
Kael sintió cómo la magia oscura lo envolvía, reconociéndolo como su igual. Él ya no era un simple guerrero. Era un ser renacido en las sombras, alguien que había abandonado su pasado para abrazar un destino incierto.
A su lado, Lyra y Anya lo observaban con cautela, como si estuvieran mirando a un extraño.
Corvus se acercó al altar y extendió una mano hacia el cristal de obsidiana.
—Este es el núcleo del Caos, la fuente de su poder en este mundo. —Su voz era solemne—. Si lo destruimos, la guerra llegará a su fin.
Lyra asintió.
—Entonces acabemos con esto.
Pero Kael no se movió.
Algo dentro de él lo hacía dudar.
Destruir el cristal no significaba solo acabar con la guerra. Significaba erradicar el Caos por completo.
Y el Caos no era solo destrucción. Era cambio. Era la chispa de la revolución, la fuerza que rompía las cadenas de los imperios podridos, el fuego que encendía nuevas eras.
Si el mundo solo tenía Orden… ¿qué pasaría con la libertad?
—No podemos hacerlo —dijo Kael en voz baja.
Lyra lo miró con incredulidad.
—¿De qué estás hablando?
—Si destruimos el Corazón del Caos, destruiríamos el equilibrio.
—¡El Caos ha traído muerte y sufrimiento! —espetó Anya—. ¡Los ejércitos del Caos han devastado reinos enteros!
—Pero también han traído cambio. —Kael dio un paso adelante, con su nuevo poder brillando en sus ojos—. Si eliminamos el Caos por completo, el mundo quedará atrapado en una eterna quietud. Un mundo sin evolución. Un mundo sin libertad.
Un silencio pesado cayó sobre ellos